La fe feminizada


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La fe feminizada:
cómo La Casa Comunal tomó el control de la iglesia

Las mujeres quizá no gobiernan oficialmente en las iglesias evangélicas,
pero siguen estando al mando.
JD Hall 28.07.2025

HAY UNA ENFERMEDAD EN LA IGLESIA

Hay una enfermedad en la iglesia que la mayoría de los hombres pueden sentir, aunque aún no conozcan su nombre. Entran al culto dominical y escuchan música suave, palabras suaves y hombres suaves. Se les ofrece café y compañerismo, pero no confrontación ni corrección. Son bienvenidos, pero no desafiados. El sermón evita la ofensa, las oraciones son vagas y los grupos pequeños suenan como Terapia de Grupo. Todo el ambiente se percibe más como un retiro de yoga que como un campamento de guerra espiritual (Efesios 6:12). Algo no encaja. Y para muchos hombres, ese "algo" es suficiente para hacer que se alejen para siempre.

La fuente de ese malestar tiene nombre. Se llama la Casa Comunal *(Longhouse). Un término acuñado por el escritor Logo Daedalus, describe un orden social donde predominan los valores femeninos y se aplica la conformidad mediante el control pasivamente agresivo en lugar del poder directo. En la Casa Comunal, la comunidad está controlada por el instinto maternal y el bien supremo es la seguridad emocional. Se espera que todos sean agradables, que repriman los impulsos masculinos y que se sometan al consenso. El conflicto se patologiza, y la fortaleza se considera una amenaza para la armonía. Es una dinámica política y cultural, no solo doméstica, y ya ha llegado a definir a la iglesia evangélica moderna.

LA IGLESIA COMO SPA EMOCIONAL

La iglesia evangélica promedio hoy está estructurada menos como un puesto de avanzada del Reino [de Dios], sino más bien como un grupo de apoyo terapéutico. Las canciones están diseñadas para provocar sentimientos, no reverencia. Los mensajes están llenos de historias y analogías, pero rara vez contienen mandatos o exhortaciones. Los pastores hablan de sanidad y esperanza, pero evitan hablar del infierno y del juicio. La prioridad es que las personas se sientan vistas, escuchadas y seguras. Puede sonar compasivo, pero muchas veces conduce a la cobardía. La verdad se sacrifica por el tono, y la claridad es reemplazada por la sutileza. Todo debe ser lo suficientemente suave para no ofender a la mujer en la primera fila que ha pasado por mucho. Y así, no se dice nada que pueda ser considerado duro.

La Casa Comunal no necesita censurar el discurso directamente. Simplemente hace que el coraje parezca grosero. Convence a los líderes de que el valor masculino es una carga, no una virtud. Les enseña a medir cada palabra según las reacciones emocionales que pueda provocar. Y como la iglesia moderna está desesperada por parecer amorosa, se somete voluntariamente a esta norma. El púlpito se convierte en un lugar de afirmación cautelosa, en lugar de proclamación valiente. Los pastores ya no son profetas con corazón de león. Son gerentes medios de sentimientos religiosos.

INFLUENCIA FEMENINA SIN JEFATURA FEMENINA

Esto no quiere decir que las mujeres hayan tomado los púlpitos por asalto. En la mayoría de las iglesias evangélicas, el liderazgo formal sigue siendo masculino. Pero el tono, la estructura y las prioridades de la vida eclesial se han vuelto inconfundiblemente femeninas. El ministerio de mujeres suele ser el más activo e influyente. La decoración, los programas y las aplicaciones de los sermones están adaptados a las sensibilidades de mujeres de clase media. Las decisiones se toman considerando lo que pensarán las mujeres. Y los pastores saben que, si se enfrentan a la facción femenina equivocada, podrían perder su puesto en silenciosamente, incluso si su teología es impecable.

En este entorno, el orden bíblico de la jefatura masculina no se niega explícitamente. Simplemente se ignora en la práctica. A los hombres todavía se les llama a ser “líderes siervos”, pero ese liderazgo debe ser siempre gentil, deferente y emocionalmente sintonizado. Cualquier cosa que se parezca a firmeza o autoridad se condena como autoritarismo. Un hombre que habla con franqueza y actúa con decisión es etiquetado como peligroso, mientras que uno que pide permiso constantemente y suaviza cada afirmación es considerado sabio. En nombre de la compasión, la iglesia ha adoptado las dinámicas relacionales de un hogar matriarcal. El padre puede seguir siendo la cabeza, pero debe andar de puntillas ante los sentimientos de su esposa.

¿DÓNDE ESTÁN LOS HOMBRES?

Esta dinámica cultural ha llevado a un éxodo silencioso pero masivo de hombres de la iglesia. No es que no crean en Dios o que no quieran vivir rectamente. Es que la iglesia se percibe como territorio enemigo. Es un lugar donde sus instintos son patologizados, donde su energía es contenida y donde sus pecados son examinados mucho más que los pecados de las mujeres. Es un lugar donde el liderazgo masculino está constantemente condicionado, matizado y supeditado a no molestar a las mujeres.

Los hombres jóvenes en particular sienten esta tensión. Ven iglesias enfocadas en mujeres quebradas, madres divorciadas e hijas emocionalmente heridas por la revolución sexual. Escuchan sermones sobre cómo los hombres deben esforzarse más, comunicarse mejor y desarrollar empatía. Se les dice que deben proteger y proveer, pero nunca liderar sin permiso. Miran a su alrededor y se dan cuenta de que la mayoría de las mujeres en las bancas no son mujeres de Proverbios 31. Son mujeres discipuladas por terapeutas de Instagram, Oprah Winfrey y citas de Pinterest sobre límites personales. Y entonces se van. No están abandonando el cristianismo. Están dejando el matriarcado que se disfraza como iglesia.

Mientras tanto, las mujeres se quedan. Les gusta la nueva onda. Les gusta la apertura emocional, el enfoque en el autodescubrimiento y las interminables charlas sobre relaciones. Les gustan los mensajes sobre sanidad interior y las reprensiones suaves que nunca duelen demasiado. La iglesia se ha convertido en un espacio seguro, y los espacios seguros son su territorio. El resultado es que las iglesias están cada vez más llenas de mujeres emocionalmente dañadas y hombres emocionalmente castrados. Y cuando ambos se encuentran, el patrón continúa: ella lidera emocionalmente, él se somete espiritualmente, y ambos creen que están siguiendo a Cristo.

CUANDO EL COMPLEMENTARISMO ES SOLO PALABRERÍA

Muchas iglesias conservadoras aún predican la teología complementaria, que enseña que hombres y mujeres son iguales en valor, pero diferentes en rol. En teoría, estas iglesias rechazan el feminismo y afirman la jefatura masculina. Pero en la práctica, a menudo funcionan igual que sus contrapartes igualitarias. El lenguaje es diferente, pero las dinámicas de poder son las mismas. Las mujeres marcan el tono emocional. Los hombres se adaptan para mantener la paz.

Esto es especialmente cierto en temas de matrimonio y familia. A las mujeres jóvenes se les dice que “se sometan” a sus esposos, pero esa sumisión está constantemente condicionada, matizada y diluida. Solo es sumisión si ella está de acuerdo. Solo es válida si va acompañada de liderazgo gentil, escucha constante y validación emocional incondicional. En el momento en que un esposo lidera de una manera que provoca incomodidad, la sumisión desaparece. Y la iglesia usualmente toma partido por la mujer. Después de todo, ella tiene traumas. Necesita espacio. Está en su etapa. No está lista. Al hombre se le espera que tenga paciencia, que se adapte y que lidere sin realmente liderar.

En este entorno, el espíritu feminista prospera, incluso donde la teología parece sólida. Las mujeres que asisten a la iglesia pueden afirmar la jefatura masculina en papel, pero en la práctica viven como autónomas funcionales. Mantienen sus carreras, toman las grandes decisiones y ven a sus esposos como compañeros de vivienda más que como cabezas del hogar. Consumen cada día horas de contenido que trata sobre empoderamiento femenino, y lo único que las hace “cristianas” es que asisten a la iglesia y llaman “convicciones” a sus opiniones. No son rebeldes en la calle. Son rebeldes en el santuario. Y nadie las confronta.

La transformación del pastor, de un pastor valiente como un león a una comadrona espiritual que evita el conflicto, no ocurrió de la noche a la mañana. Tomó décadas de presión, financiamiento, credencialismo y el goteo constante de una ideología terapéutica. También requirió la complicidad de hombres que temían más perder sus carreras que temer a Dios. El pastor evangélico moderno se ha convertido en un administrador domesticado de emociones, un niñero de la seguridad emocional, y un riesgo legal para cualquiera que aún crea que Cristo porta una espada. Ya no se para en la puerta para proteger a las ovejas; se sienta en círculo y les pregunta qué sienten sobre los lobos.

Este cambio de pastor a facilitador no fue simplemente accidental. Fue orquestado. Se entrenó a los pastores para valorar las habilidades blandas por encima de la autoridad espiritual. Los seminarios comenzaron a enfatizar marcos psicológicos, estrategias de marketing y sensibilidad cultural. La homilética se convirtió en el arte de elaborar una charla estilo TED, en lugar de la disciplina de proclamar la Palabra de Dios. El púlpito fue reemplazado por un escenario, y el predicador fue reempaquetado como un narrador, un coach de vida o un líder comunitario. Se le enseñó que el valor es rudeza, que la reprensión es trauma y que la disciplina eclesiástica es abuso. En algún punto del camino, dejó de ser un hombre bajo las órdenes de Dios y pasó a ser un hombre preocupado por su propia imagen.

Esta feminización de los lideres tiene consecuencias profundas. Significa que los sermones se podan cuidadosamente para evitar detonar a alguien. Significa que el liderazgo en la iglesia se convierte en una actuación de equilibrio emocional, no en claridad doctrinal. Significa que las mujeres que exigen un lenguaje terapéutico y una pasividad que respete los límites son quienes moldean el tono del ministerio. Significa que al hombre de Dios ahora se le espera que sea menos un profeta y más una partera pastoral, guiando a las personas a través de sus contracciones espirituales mientras se asegura de no alzar la voz.

EL SEMINARIO QUE ASESINÓ AL PASTOR

La mayoría de los seminarios evangélicos han sido infiltrados por la Casa Comunal. Esto no significa primordialmente que tengan o no tengan profesoras o alumnas. Significa que se han vuelto emocionalmente orientados, políticamente cautelosos y alérgicos a la jerarquía. Producen hombres que se avergüenzan de la doctrina sólida, que hacen advertencias cada vez que mencionan el infierno, y que citan más revistas de psicología que las Escrituras. Los pastores que generan son expertos en la multiplicación de iglesias, y evasión de controversias. Saben cómo disculparse con mujeres molestas de la congregación, pero no saben cómo derribar fortalezas espirituales.

En lugar de ser forjados en el fuego de la guerra espiritual (Efesios 6:12), los jóvenes son moldeados en aulas estériles donde la mayor virtud es evitar el escándalo. Se les entrena para escuchar, empatizar y moderar su tono. Se les advierte que no deben alienar, ni polarizar, ni predicar nada que pueda ofender al tesorero de la iglesia o al grupo de mujeres más ruidoso. Se les dice que un pastor fiel lidera con mansedumbre y humildad, pero nunca se les enseña que Jesús tejió un látigo y volcó mesas. Se les enseña a acoger a los que dudan y a los buscadores, pero no se les capacita para llamar al arrepentimiento a los pecadores. El resultado es un pastor que mantiene el barco estable incluso si eso significa navegar directo hacia el iceberg.

Y eso es precisamente lo que la Casa Comunal quiere. El régimen femenino dentro de la estructura evangélica recompensa al hombre que es inofensivo, complaciente e intuitivo emocionalmente. Este es quien recibe las invitaciones a conferencias; obtiene los contratos editoriales, consigue la plataforma. Pero el hombre que predica como una tormenta, que advierte del juicio, que da nombres y expulsa a los lobos, ese es marginado, ridiculizado y finalmente expulsado. El sistema no necesita hombres fuertes con convicción. Necesita hombres agradables con credenciales.

EL MIEDO A LAS MUJERES ES LO QUE MANDA

Esto es más evidente que nunca en la manera en que la mayoría de los pastores responden a las mujeres en sus congregaciones. El pastor evangélico promedio le teme más a una sola mujer molesta que a toda una pandilla de hombres herejes. Si un hombre en la iglesia empieza a chismear, cuestionar doctrina o sembrar discordia, el pastor puede que lo confronte… o no. Pero si una mujer se queja del "tono", de inmediato hay una oleada de disculpas, reuniones privadas y el análisis de los daños. Los pastores pueden soportar críticas públicas, recortes presupuestarios y presión denominacional, pero no soportan la mirada fría de una mujer que se siente ofendida.

Este miedo a ofender a las mujeres es el software operativo de la mayoría de las iglesias modernas. Determina lo que se predica, cómo se predica y lo que nunca se vuelve a mencionar. Determina Cuales son los miembros correctos a elegir para la comisión directiva, qué libros se pueden recomendar y qué pecados son demasiado incómodos para confrontar. Los pastores se vuelven expertos en evitar la ira femenina. Saben cómo asentir comprensivamente, cómo decir "lamento que te hayas sentido así", y cómo elaborar series enteras de sermones centrados en las emociones frágiles de mujeres que dan altos diezmos que exigen somnolencia espiritual.

Estas no son iglesias gobernadas por Cristo. Son iglesias gobernadas por la Casa Comunal. Y cuanto más los pastores se nieguen a admitir esto, más castrados estarán sus predicas. No puedes levantar un ejército de hombres si estás constantemente preocupado por si Susan, en la fila cinco, va a enviar una carta de queja a los ancianos. No puedes hablar con autoridad si intentas sonar como un terapeuta. Y no puedes proteger al rebaño de los lobos si tratas cada confrontación como si fuera una violación de recursos humanos.

EXTERNALIZANDO LA VALENTIA

El complejo industrial evangélico ha aprendido a mantener las manos limpias. No se oponen abiertamente a la valentía. Simplemente la marginan. Construyen burocracias y redes que aíslan a los pastores de tener que tomar decisiones reales. Crean declaraciones denominacionales, políticas de recursos humanos y equipos de cultura que absorben la responsabilidad y hacen cumplir la conformidad. Si un pastor comienza a mostrar carácter, el sistema le recuerda suavemente que debe reconsiderar su “tono” y que la “unidad” debe ser preservada. Y si eso no funciona, amenazan con cortarle el financiamiento, quitarle las credenciales o excluirlo de futuras invitaciones.

Esto es cobardía disfrazada de prudencia. No es la sabia cautela de los pastores fieles. Es el instinto de conservación profesional de hombres de empresa que saben que desafiar a la Casa Comunal conduce al desempleo. Y en ese ambiente, los hombres que realmente quieren liderar deben autocensurarse o irse por completo. Algunos huyen a iglesias independientes, a grupos de educación en casa, a comunidades descentralizadas que aún no han sido absorbidas. Otros intentan luchar desde dentro, aunque pocos sobreviven mucho tiempo. Pero la mayoría simplemente se desvanece en la irrelevancia, pasando su carrera diciendo lo justo para parecer ortodoxos sin llegar nunca a guiar verdaderamente a su rebaño a la batalla.

El mundo evangélico ha aprendido a fabricar una cobardía respetable. Y los hombres que produce son gestores profesionales del riesgo, no guerreros espirituales (Efesios 6:12). Tienen más miedo de parecer duros que de ser infieles [a la palabra de Dios]. Quieren ser confiables, agradables y retuiteados por las mismas personas que desprecian a su Señor.

Esto es lo que pasa cuando cambias la autoridad de la Palabra de Dios por la comodidad emocional. Esto es lo que sucede cuando temes más perder influencia que el juicio de Dios. Y esto es lo que ocurre cuando dejas que la Casa Comunal elija a tu pastor.

Fuente en inglés: https://insighttoincite.substack.com/; Edición: VM-Ar

Oremos pidiendo a Dios que levante hombres valientes, pastores y líderes espirituales que teman más a Él que a la desaprobación humana. Que existan más hombres que amen Su Palabra por encima de su imagen, que no cedan ante la presión cultural ni al deseo de complacer, sino que lideren con verdad, firmeza y compasión verdadera. Que restauren en la iglesia el liderazgo masculino bíblico, humilde, pero con convicción, que se atreva a proteger al rebaño y a confrontar el pecado sin temor.

Oremos, a Dios para que purifique la iglesia de toda cobardía disfrazada de prudencia. Que Su Espíritu Santo nos lleve a anhelar la verdad por encima de la comodidad, la corrección por encima del agrado, y la fidelidad por encima de la aprobación. Que la iglesia sea moldeada por la Palabra, no por las sensibilidades culturales.

Oremos para que a las mujeres y hombres en la iglesia vivan conforme al diseño que el Señor estableció, para gloria de Su Nombre.

Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que, teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.
(2 Timoteo 4:2-4)

Pero si el atalaya viere venir la espada y no tocare la trompeta, y el pueblo no se apercibiere, y viniendo la espada, hiriere de él a alguno, este fue tomado por causa de su pecado, pero demandaré su sangre de mano del atalaya. (Ezequiel 33:6)

 

*La Casa Comunal histórica era un gran salón comunal que servía como centro social para muchas culturas y pueblos del mundo, típicamente sedentarios y agrarios.

La característica más importante de la Casa Comunal, y la razón por la que se convierte en un símbolo tan resonante (y controvertido) de nuestras circunstancias actuales, es el omnipresente gobierno de la Madre de la Guarida.

La Casa Comunal se refiere a la notable sobre corrección de las últimas dos generaciones hacia normas sociales centradas en las necesidades femeninas y los métodos femeninos para controlar, dirigir y modelar el comportamiento. Censura el afán de imponerse al mundo, de lanzarse a la conquista y la expansión. La competencia masculina y las jerarquías que la rigen son indeseables.

Fuente: https://en.wikipedia.org/wiki/Longhouse_Religion

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