[Esta esperanza] la cual tenemos como ancla del alma, segura y firme (Hebreos 6:18, 19)
La esperanza es una palabra maravillosa; puede dar ánimo a todos: enfermos, desposeídos, perseguidos, víctimas, excluidos... Pero, ¿cómo podemos tener esperanza? El futuro es oscuro, inseguro, preocupante: con posibles epidemias mundiales, catástrofes humanitarias y ecológicas, inmoralidad creciente...
Los psicólogos siguen diciendo que hay que vivir con esperanza... ¿Cuál? Esperamos un trabajo, las vacaciones, la jubilación, días mejores, y luego puede ocurrir algo inesperado: un fracaso, una enfermedad grave, persecución, un accidente, la muerte. Nadie puede controlar su futuro ni satisfacer todos sus deseos y necesidades. Sin embargo, lleno de ilusiones y de confianza en su propia capacidad para asegurar su felicidad, uno sigue esperando, pensando de manera positiva, hasta llegar a la desilusión, incluso a la desesperación.
En la Biblia, la esperanza lejos de ser optimismo o expectativa incierta, significa certeza, una certeza basada en la esperanza anclada en Dios, el Verdadero Dios de la Biblia. Todo está seguro por su parte, Su Palabra es LA VERDAD. Dios quiere darte felicidad en el presente y para la eternidad; un futuro asegurado y una esperanza duradera (Jeremías 29:11). Para ello Dios dio a su Hijo unigénito. Quien cree en Jesús,)* que murió en la cruz para expiar nuestros pecados, encuentra la paz con Él y la vida eterna. Cristo llena su corazón; su confianza se basa en Él, en lo que Él es, en lo que Él ha hecho, en lo que Él promete.
El cristiano, apoyado en estas certezas, puede entonces afrontar con serenidad las pruebas temporales de la vida, mirando hacia la muerte con la segura y firme expectativa de una bendita eternidad con Jesucristo, que se llama a sí mismo "nuestra esperanza" (1 Timoteo 1:1).
Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo (Romanos 15:13).
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.
Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él.
El que en Él cree, no es condenado, pero el que no cree, ya es condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios (Juan 3:16-18).
Fuente: La Buena Semilla, fr., 4. 6. 2022; Redacción: VM-Ar: 9.6.2022
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