Testimonio de una hija de padres musulmanes
Jesús dijo: Pedid, y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe, el que busca halla, y al que llama, se le abrirá (Lucas 11:9-10).
Nací en Bélgica en una familia musulmana marroquí. Mis padres nunca me obligaron a seguir sus hábitos religiosos. Pero yo tenía sed de Dios en mi vida y, si intentaba orar, mi corazón quedaba frío.
Mi lema era: no soy mala, no hago daño a nadie, no tengo enemigos, no robo. Pero a lo largo de mi vida empecé a hacer cosas que con certeza me condenaron frente a Dios.
Me di cuenta del peso de mis pecados, y éste fue el momento que Dios había elegido para revelarse a mí.
Yo estaba pasando por un período difícil; entonces, una nueva vida se abrió ante mí: me fui de casa y me independicé. En ese momento, un cristiano a quien conocí, a menudo me hablaba de Jesús. Esto me pareció molesto y no podía esperar el fin de sus “discursos”. Él siempre me dijo: "Busca, y Dios te responderá". Finalmente accedí a probar, y desde ese momento, algo me impedía vivir como antes. Era como si, inconscientemente, hubiese avanzado un paso adelante hacia Dios y ya no podía volver atrás.
Cuando empecé a leer la Biblia, tuve la sensación de estar cometiendo un pecado. Sin embargo, Dios me dio respuestas a través de estas lecturas, pero yo no quería aceptarlas. Me decidí a orar, pidiéndole a Dios que me permita saber la verdad. Poco a poco, mi corazón se abrió y Dios finalmente fue capaz de colocar la única verdad.
Un día, con mi corazón declaré: "He aquí, yo te acepto, Jesús, como mi Salvador". Sentí una inmensa paz. Oré por el perdón de mis pecados y Dios me perdonó, porque Jesús pagó por mis pecados.
Después de mi conversión, a pesar de que mi corazón se alegró, pasé por muchas dificultades. La primera fue con mi familia. Yo no habría podido mentirles a ellos y les hablé de mi conversión. Ellos se enojaron mucho y me hicieron saber que no querían verme más. Otras pruebas surgieron y viví una terrible opresión. Luego el Señor me enseñó y me fortaleció, porqué me di cuenta que para todas las situaciones difíciles, él había preparado una solución.
Jesucristo también me enseñó a luchar contra el enemigo de mi alma. Esta lucha interna fue la más difícil, porque Satanás estaba en contra mío; pero Jesús estaba haciendo un tremendo trabajo en mí. Yo no podía esperar a salir sola de esta opresión; oré al Señor vez tras vez para que me ayude y me enseñe de nuevo. Él estaba allí, esperando a mi petición, extendiéndome siempre su mano. Quería saber quién es este Jesús quien me salvó para amarle como él me amó. Él me reveló su naturaleza, y ahora tengo un sólo deseo: ser como Él; es decir, anhelo ser perfecta en todos los sentidos.
Jesús es el que me ha perdonado. Él limpió y sanó mi corazón de todas las heridas. Quiero alabar Su nombre en cada momento y le doy las gracias. Tal como Él me salvó, así también está buscando a otras "ovejas perdidas" para mostrarles su amor. Nadia
Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos (Romanos 4:7).
Fuente: La Buena Semilla; Redacción: VM-Ar