“Líbrame de mis enemigos, oh Dios mío; ponme a salvo de los que se levantan contra mí” (Salmo 59:1).
“Pero yo cantaré de tu poder, y alabaré de mañana tu misericordia; porque has sido mi amparo y refugio en el día de mi angustia” (Salmo 59:16).
Durante siglos, en varios países de Europa, la Inquisición llevó una guerra sin cuartel contra aquellos a los cuales llamó herejes. ¿De qué fueron acusados? De leer la Biblia, creer en el Mensaje de Dios y por poner sus vidas de acuerdo con las enseñanzas bíblicas.
Una mujer de Bohemia - cuyo mayor tesoro era precisamente este libro - se encontraba preparando el pan para hornear, cuando se enteró de que los agentes de la Inquisición recorrían el pueblo y que estaban apresando a todas aquellas personas a las cuales hallaban en posesión de una Biblia. Ella, sin dudarlo, tomó su Biblia, la envolvió en la masa que estaba preparando y la colocó en el horno, junto con los otros panes que horneaba.
Cuando estas personas llegaron, registraron la casa desde el sótano hasta el ático, sin encontrar absolutamente nada.
Luego de la salida de los inquisidores, esta mujer retiró los panes del horno. La Biblia no había sufrido daño alguno por el calor. Este hecho fue algo semejante a lo que sucedió con los tres jóvenes hebreos arrojados al horno de fuego por el rey Nabucodonosor, los cuales habían salido sin ningún tipo de lesión (Daniel 3:27).
Los descendientes de esta fiel creyente, que emigraron a los Estados Unidos de Norteamérica, han conservado este libro que había sido tan bien protegido. Actualmente se lo puede ver en una granja en el estado de Ohio.
Y hoy, ¿cuál es el valor que tiene para nosotros la Palabra de Dios? Ya no es la Inquisición la que nos impide su lectura, sino más bien la indiferencia, las distracciones y aún la pereza. Tengamos el valor nosotros mismos de esforzarnos y abramos diariamente y con perseverancia la preciosa Palabra de Dios. Así, descubriremos tesoros insospechados.
Fuente: La Buena Semilla; redacción: VM-Ar
Comentario:
Este relato sobre la Biblia escondida de pronto me hizo pensar en los cristianos perseguidos bajo el comunismo en años pasados, y en aquellos países que en la actualidad son todavía comunistas. También me hace pensar en los cristianos de los países musulmanes, en donde actualmente se lleva acabo una cruel persecución. Esta situación ciertamente es comparable con la brutal inquisición de siglos pasados. Los cristianos, con la ayuda del Señor, todavía se las ingenian de las más diversas maneras - y lo tienen que hacer, porque las circunstancias los obligan - para esconder, imprimir y contrabandear la preciosa Palabra de Dios. Se reúnen en secreto, esconden su nueva fe y tratan de ser testigos silenciosos.
Si vivimos en un país en donde esto todavía no sucede, demos gracias a Dios; pero a su vez, recordemos lo que nuestro Señor Jesucristo ha dicho en Mateo 5.10: “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia: porque de ellos es el reino de los cielos”; y lo que Pablo dijo en 2° Timoteo 3.12: “Y también todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, padecerán persecución”.
Para terminar, reflexionemos en lo que un pujante predicador dijo: “Las iglesias más puras están en los lugares donde hay persecución y las iglesias más mundanas están en los países donde hay una total libertad”. Asimismo, un sabio de antaño expresó: “La historia nos enseña que el hombre apenas se dio cuenta que no aprendió nada de las experiencias de sus antepasados”.
No nos sorprendamos: la Unión Europea y los Estados Unidos están transformándose paulatinamente en dictaduras – y este proceso, con certeza y de acuerdo con las profecías de la Palabra de Dios, afectará al mundo entero.
“Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado” (Salmo 1:1).