(Dios) Cambia la tempestad en sosiego, y se apaciguan sus ondas. Luego se alegran (los marineros) porque se apaciguaron; y así los guía al puerto que desearon (Sal 107:29-30).
Un poeta Inglés escribió: "Yo soy el dueño de mi destino, yo soy el capitán de mi alma".
Esta es una persona fuerte, dirá usted. El futuro, en la tierra y más allá, no le asustan; es el único maestro de a bordo. Sin embargo, no mucho tiempo después, este escritor perdió a su hija de cinco años, y estaba abrumado por el dolor. Y a medida que se acercaba el final de su vida, no ocultó su desesperación.
Pobre dueño de su destino, ¡incapaz de conocer sólo un minuto de lo que viene después! Sus días van desapareciendo, arrastrados como un torrente, y ni siquiera puede frenar la carrera. Al que afirma ser "capitán de su alma" le pregunto ¿en cuál puerto se anclará? Probablemente contestará que no lo sabe.
Nos guste o no, no vamos a evitar que nuestra alma comparezca ante Dios. Y entonces le debemos responder a esta pregunta: "¿Qué has hecho con el sacrificio expiatorio de mi hijo Jesucristo?" Nadie se puede escapar de la justicia divina. Dios amó al culpable ya antes de juzgarlo, más bien, desde su nacimiento o mejor dicho, desde su concepción. Él hizo todo lo posible para salvarlo, lo único necesario era creer en Él. Si el hombre se negó, él llevará las consecuencias, recibirá el castigo. El amor divino no tenía límites (Jn. 3:16, ver abajo), la justicia divina será aplicada con el mismo rigor.
Si tú que lees esto aun no estás seguro de tu destino eterno te recomendamos encarecidamente que encargues el timón de tu vida a Jesús, el gran capitán. Sólo Él puede restablecer el equilibrio, mantener una mano firme en el timón y llevarte hasta el puerto seguro. Confía en él. Nunca te arrepentirás.
Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios (Rom. 3:23),
Siendo justificados gratuitamente por Su gracia mediante la redención que está en Cristo Jesús (Rom. 3:24).
"Porque de tal manera amó Dios al mundo (a los pecadores) que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquél que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios" (Juan 3:16-18).
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Fuente: La Buena Semilla, redacción: VM-Argentina