¿Quién no ha escuchado el término “calentamiento global”? En estos días, las mentes seculares están absolutamente obsesionadas con lo que ha llegado a ser llamado “cambio climático antropogénico”. Este término tan sofisticado simplemente se refiere a las alteraciones del clima debido a la actividad humana, en oposición a los procesos naturales geológicos y biológicos, tales como el aumento del dióxido de carbono, la actividad volcánica y la respiración global de la vegetación.
Se ha creado un debate en torno a la posibilidad actual, de que el hombre esté influyendo más o menos en el clima de la Tierra, y que también influyó en el pasado. Incluso en épocas pre-industriales, debido sobre todo, a la deforestación y la reconversión de tierras para sus actividades agrarias y ganaderas.
Impulsado por las presentaciones de los medios noticiosos, principalmente por la producción en video del ex-vicepresidente de Estados Unidos Al Gore, titulado “Una verdad inconveniente”, se ha propagado más y más la creencia, de que el consumo de combustible a base de carbón por los seres humanos, está cambiando radicalmente el clima de la Tierra. En tonos histéricos sus proponentes proclaman a voz en cuello, que dentro de pocos años nuestra atmósfera estará tan cargada con el exceso de dióxido de carbono y otros subproductos del smog, que en el planeta tendrá lugar un proceso irreversible de calentamiento. Dicen, que el resultado será, desiertos más vastos, inundaciones en las zonas costeras, pérdidas en las cosechas y la muerte de millones de personas.
El celo tan desmedido por promover la hipótesis del calentamiento global, ha llegado a alcanzar en nuestros días las proporciones de una religión. Y esto es bien simple, a través de la adoración de la Tierra, ya que ven “el maravilloso planeta azul” como el originador y sustentador de la vida. Tal cosa, claro está, es un resultado natural de la teoría de la evolución. Ya que si es cierto, que los “miles de millones de años” legendarios de la supuesta sopa química primitiva, dieron origen a la sociedad humana inteligente, tal como la conocemos, entonces no debe extrañarnos que la conservación del medio ambiente se haya elevado al nivel de adoración.
Bajo estas condiciones, el cuidar bien el medio que nos rodea, no es sólo sentido común, sino una ley religiosa. “La ciencia” se convierte en el clero, sin tolerancia alguna por lo que no están de acuerdo. Incluso ya se está actuando para silenciar a cualquier científico que se atreva a oponerse al consenso, de que el cambio en el clima se debe a la actividad humana.
Se ha investido al gobierno global con el poder para poner en vigor los credos de esta nueva religión. Para los políticos, la conservación de la vegetación del planeta es la prioridad número uno. Debido a esto se está estructurando una nueva ley ética y moral sobre la custodia del planeta, la cual le ha sido confiada a la ONU.
El Convenio Marco de la ONU Sobre el Cambio Climático, que se firmara en Río de Janeiro en 1992, dio origen al Protocolo de Kioto, un instrumento internacional que tiene por objeto reducir las emisiones de seis gases considerados como causantes del calentamiento global, esos gases son el dióxido de carbono, el metano y óxido nitroso además de tres gases industriales fluorados: hidrofluorocarbonos, perfluorocarbonos y hexafluoruro de azufre.
Los países participantes estuvieron de acuerdo en reducir el dióxido de carbono, y los gases causantes del efecto de invernadero, producto de las emisiones. Más de 160 naciones se han sometido a los protocolos llevando el 55% de la emisión de los gases supuestamente causantes del efecto de invernadero, bajo el control de la ONU. La campaña actual es lograr el 100% de la participación... o el sometimiento.
Esta nueva religión no carece de indulgencias. Los productores gravosos de gases pueden comprar “créditos de carbón” a productores menos vigorosos. El resultado de esto es una transferencia de riqueza de los países más ricos a los más pobres. Muchos reconocerán esto como la religión del socialismo, la cual siempre ha sostenido que la distribución de la riqueza es el camino hacia la paz.
Detrás de todo, la motivación principal para la adherencia a estas nuevas reglas y regulaciones, es la visión horrenda de un desastre global venidero como un juicio por el consumo excesivo de energía. La brigada del calentamiento global está amenazando con castigar a esos que no escuchen sus advertencias acerca del colapso de los sistemas del clima global.
En efecto, este sacerdocio secular está prediciendo su propia versión del Apocalipsis. La visión de ellos está centrada en ciertos cambios atmosféricos que son interpretados como heraldos de supertormentas globales, oleadas de calor abrasante y miseria humana. Creen que los hombres, no Dios, causarán el apocalipsis. Para ellos, la culpa mayor la tiene la polución causada por el consumo de petróleo, carbón y gas.
Estos aterrados críticos, han centrado su ira sobre lo que consideran un mercado libre fuera de control que devora los recursos y arroja gases contaminantes. Los defensores radicales del medio exigen la reforestación del mundo. Su clamor es: “A ustedes no les preocupa sus hijos; no les importa el planeta; no les preocupa el futuro”. La respuesta usual de ellos, es aplicar el freno para someter al comercio e imponerle medidas extremadamente severas a los ofensores. Ver Nota
¿Cuál es la realidad?
Antes de darles la razón y aceptar sus histéricas acusaciones, examinemos primero el futuro del planeta bajo otra perspectiva - la bíblica, de acuerdo con la versión verdadera del Apocalipsis, que es completamente diferente a esa que conciben los aterrados políticos belicosos. Como es bien sabido, la Biblia tiene mucho que decir acerca de futuro de nuestro clima y del medio que nos rodea. De hecho, habla extensamente sobre un período de intenso calor, de un calor que no es causado por el hombre, que tampoco es producto del efecto de invernadero, sino que es consecuencia del sol. Es Dios quien lo ocasiona y por un propósito específico. Un buen ejemplo de esto podemos verlo en los siguientes versículos: “El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol, al cual fue dado quemar a los hombres con fuego. Y los hombres se quemaron con el gran calor, y blasfemaron el nombre de Dios, que tiene poder sobre estas plagas, y no se arrepintieron para darle gloria” (Apocalipsis 16:8,9).
Aquí tenemos unos versículos de la Biblia que revelan una gran verdad bíblica - que el mundo natural está bajo el control constante del Omnipotente. En esta edad de “iluminación”, es común pensar que los procesos naturales se controlan a sí mismos. Incluso, la mayoría de cristianos creen que estos procesos fueron puestos en moción en algún momento en las edades pasadas, y que a partir de ese punto en adelante se regulan a sí mismos. Las estrellas arden, hasta que terminan por apagarse. Los procesos internos de ellas son guiados por procesos físicos bien conocidos por los astrofísicos. Si una estrella como nuestro sol, se enfría o se calienta de súbito, debe ser debido a variación natural, como gravedad, o cambios gaseosos o electromagnéticos.
Sin embargo, la Biblia no se equivoca al respecto. El Señor Dios ha enviado un mensajero para que cambie la actividad solar. Ignoramos la forma exacta cómo lo hará. En el caso que citamos, el resultado es un aumento en la intensidad del calor que tiene un impacto directo sobre la existencia humana. La acción de los ángeles causará calentamiento global.
El Apocalipsis trae consigo otros cambios cataclísmicos, incluyendo tormentas asesinas de granizo, alteraciones en las placas tectónicas, actividad volcánica desenfrenada y cambios abruptos en el clima general del planeta. Sin embargo, es necesario enfatizar, que el mal uso del hombre de los combustibles no tiene nada que ver con los juicios que se avecinan. En lugar de eso, las variaciones en la actividad solar se encuentran en el centro de estas perturbaciones.
El Sol
Comparado con el tamaño del Sol, la Tierra es diminuta. El diámetro de nuestro planeta es 12.756 kilómetros. Mientras que el sol tiene un diámetro de 1.390.000 kilómetros, ¡es casi 109 veces más grande que la Tierra!
El sol es abrumadoramente gigantesco, cuando se compara con todos los otros cuerpos celestes en nuestro sistema planetario. ¡Constituye el 99,8% de toda la masa del sistema solar! Júpiter, el planeta más grande, contiene la mayor parte del resto. La masa de la Tierra es sólo una fracción diminuta del resto.
El sol es una máquina termonuclear diseñada por el Creador. Produce calor y luz, precisamente en la proporción correcta para mantener la vida física tal como la conocemos. La energía que se origina en su interior no es un accidente de física, sino que Dios lo hizo de esta forma. Tampoco es la distancia de la órbita de la Tierra, un asunto de coincidencia. A la velocidad de la luz nos encontramos a ocho minutos del sol, o lo que es lo mismo a 150 millones de kilómetros de distancia.
A esta distancia ideal, la combinación de la radiación solar, nuestra composición atmosférica, los campos magnéticos y otros factores interplanetarios, producen un clima ideal para la vida humana. Estos elementos no pueden ser simple coincidencia. Incluso la existencia de la Luna que es aproximadamente un cuarto del tamaño de la Tierra, provee la estabilidad para las mareas que impiden que nos cocinemos o que nos congelemos. Nuestro sol, no es ni demasiado caliente, ni demasiado frío, sólo perfecto. Somos protegidos de su peligrosa radiación, pero nos proporciona suficiente luz en el rango espectral apropiado para proveer calor y crecimiento.
Dado todos estos factores, nunca debemos olvidar el elemento más importante en todo esto. El sol es únicamente la fuente de calor para la superficie de nuestro planeta. Si se oscurece disminuyendo su intensidad - aunque sólo sea levemente, nos congelaríamos. Si brillara un poco más de la cuenta, aunque sólo fuese un mínimo, nos quemaríamos.
¿Fuego o hielo?
Nuestra propia historia planetaria demuestra este principio con extrema claridad. No hace mucho tiempo, en las décadas de los 1960 y 1970, los científicos estaban de hecho prediciendo una nueva era glaciar para un futuro no muy distante. Sus observaciones fueron extraídas del pasado, ya que el hemisferio norte estuvo en un tiempo cubierto por glaciares que se extendían tan distante como el sur de las regiones centrales de América hoy.
Además, la historia reciente refuerza la hipótesis de ellos del enfriamiento. Los expertos en el clima se refieren a una “Pequeña Era Glaciar” que tuvo lugar en Europa entre el siglo trece y mediados del diecinueve. A finales de 1816, el “famoso año sin verano”, fue testigo de temperaturas congelantes y cosechas arruinadas por el frío extremo en Europa, Terranova y Canadá. Hasta el sur de Pensilvania, había hielo en los ríos y lagos a mediados del verano, acompañados con ventiscas de nieve.
Es bien sorprendente advertir que el factor común en estas aberraciones climáticas también fue el sol. Es bien conocido que este período estuvo marcado por la ausencia virtual de tormentas solares. En ocasiones, las manchas solares estuvieron simplemente ausentes. La mayor parte del tiempo aparecían con extrema rareza. Por si no lo sabía, las manchas solares son uno de los eventos más documentados en la historia de la observación astronómica. Los expertos, literalmente las han estado observando por siglos.
Bien conocido por los astrónomos, es el período entre los años 1645 a 1715 de la era cristiana, conocido como “El mínimo de Maunder”, cuando las manchas solares desaparecieron de la superficie del sol, tal como observaron los astrónomos de la época. Recibe este nombre, por el astrónomo solar Edward Walter Maunder quién descubrió la falta de manchas solar durante ese período estudiando los archivos de esos años. En tres décadas de esta época histórica, sólo se manifestaron 50 manchas solares, ¡en oposición a las 40.000 ó 50.000 de un período similar!
Esta situación que duró por espacio de cinco siglos, llevó al hemisferio norte, temperaturas mucho más frías de lo normal, en sincronización exacta con la disminución de la actividad solar. Más manchas solares producen más calor y viceversa. Ciertamente la actividad humana no estuvo en ninguna forma conectada con estos cambios, ya que todo ocurrió mucho antes de la revolución industrial.
De manera interesante, los años antes de la Pequeña Era Glaciar son conocidos como “El Período Medieval Cálido”. Durante este período, exploradores de Islandia fueron guiados en dirección oeste a través del Atlántico Norte por el afamado explorador Erik el Rojo, cuyos antepasados habían llegado originalmente desde Noruega. Alrededor del año 982 de la era cristiana, ellos llegaron a un exuberante territorio, tan rico y verde que lo colonizaron de inmediato. Como sus regiones al sur estaban cubiertas con una vegetación profusa, de inmediato le llamaron Groenlandia. Los sembrados y las vides prosperaron. Se instituyeron rutas comerciales. ¡Incluso hasta se estableció allí una arquidiócesis de la iglesia de Noruega!
No es necesario decir, que Groenlandia ya no es verde. Después de cuatro siglos y medio de enfriamiento, su territorio rápidamente se cubrió con hielo. Los noruegos regresaron a su tierra natal. Durante el siglo quince tuvo lugar en Groenlandia una “Pequeña Era Glaciar”. Desde entonces, hasta este día, el área permanece todavía cubierta con hielo, que continúa acumulándose, algunas veces hasta cientos de metros de profundidad, en donde en un tiempo crecían los sembrados y florecían las villas.
Todos estos cambios climáticos notables tuvieron lugar antes que el hombre usara combustibles a base de carbón. Lo cual demuestra que los cambios en el clima están mas asociados a la acción solar que a la actividad de los seres humanos, tal como se asegura en la actualidad. Si hay una verdad en la Biblia, es que es Dios, no el hombre, quien controla el clima. La Biblia asegura que Él regula el nivel de energía del sol, y por consiguiente el nivel de energía calorífera a través de todo nuestro sistema solar. A continuación, examinemos unos pocos ejemplos que demuestran esta verdad.
Las cinco declaraciones de Joel
Hace mucho tiempo, el profeta Joel escribió sobre el período de la tribulación. La mayoría de expositores creen que redactó su libro en el siglo noveno antes de Cristo, durante el reinado del rey Joas, rey de Judá. La mayoría determinan su fecha alrededor del año 835 antes de Cristo, mucho antes que los otros profetas. Lo que es más increíble es que el Señor le dio a Joel una visión definida del “día de Jehová”, una frase que citó cinco veces.
La crónica de este terrible día en el pasado distante, es todavía futuro para nosotros. Sin embargo, Joel lo menciona como algo inminente, incluso aunque escribió estas palabras hace 28 siglos: “¡Ay del día! Porque cercano está el día de Jehová, y vendrá como destrucción por el Todopoderoso” (Joel 1:15).
Cinco veces, Joel invoca el nombre del “día de Jehová”, el aterrador día de la ira de Dios. La frase “está cercano” quiere decir, que estas palabras fueron escritas para Israel en los últimos días, que se refieren a las condiciones durante la tribulación.
La segunda vez que citó el término, lo asoció con el ejército invasor, cuyo poder es tal, que es capaz de reducir el territorio a una ruina humeante: “Tocad trompeta en Sion, y dad alarma en mi santo monte; tiemblen todos los moradores de la tierra, porque viene el día de Jehová, porque está cercano. Día de tinieblas y de oscuridad, día de nube y de sombra; como sobre los montes se extiende el alba, así vendrá un pueblo grande y fuerte; semejante a él no lo hubo jamás, ni después de él lo habrá en años de muchas generaciones. Delante de él consumirá fuego, tras de él abrasará llama; como el huerto del Edén será la tierra delante de él, y detrás de él como desierto asolado; ni tampoco habrá quien de él escape” (Joel 2:1-3).
Su tercera mención concluye con el mismo pensamiento: “Y Jehová dará su orden delante de su ejército; porque muy grande es su campamento; fuerte es el que ejecuta su orden; porque grande es el día de Jehová, y muy terrible; ¿quién podrá soportarlo?” (Joel 2:11).
La cuarta invocación de Joel del cataclismo futuro, eleva la naturaleza de la catástrofe a un nivel indudablemente superior. Aquí el clima de la tierra parece estar completamente descontrolado, produciendo una atmósfera que oscurece el Sol y la Luna: “Y daré prodigios en el cielo y en la tierra, sangre, y fuego, y columnas de humo. El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día grande y espantoso de Jehová. Y todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo; porque en el monte de Sion y en Jerusalén habrá salvación, como ha dicho Jehová, y entre el remanente al cual él habrá llamado” (Joel 2:30-32).
Su uso final del término parece trascender enteramente todo el sistema climático de la Tierra. Aquí, en la peor de las calamidades de la tribulación, el propio sol parece estar afectado: “Echad la hoz, porque la mies está ya madura. Venid, descended, porque el lagar está lleno, rebosan las cubas; porque mucha es la maldad de ellos. Muchos pueblos en el valle de la decisión; porque cercano está el día de Jehová en el valle de la decisión. El sol y la luna se oscurecerán, y las estrellas retraerán su resplandor” (Joel 3:13-15).
Estas palabras describen una tragedia astronómica y meteorológica de primera magnitud. Este desastre es mucho peor que cualquier visión que haya concebido la comunidad globalista sobre el calentamiento global. Un examen minucioso del recuento bíblico de la tribulación, revela una perturbación, no sólo en el ambiente inmediato de la Tierra, sino también en el entero sistema solar. Aparentemente, el aire se oscurecerá por la cantidad tan grande de desechos, tal vez de los volcanes. Pero además de esto, el brillo del sol disminuirá. Como la Luna refleja la luz del Sol, su esplendor también se oscurecerá. Las predicciones de los profetas de la Biblia, son una bofetada en el rostro de los científicos actuales, quienes insisten que en los procesos naturales, sencillamente no tienen lugar cambios rápidos.
Los astrónomos y los geofísicos piensan en términos de millones de años, a lo largo de los cuales van teniendo lugar cambios progresivos a duras penas perceptibles. Tal pensamiento es conocido como “uniformitarianismo”. Es la base del pensamiento evolutivo, el que sostiene que el presente es el modelo para el pasado. Bajo este punto de vista, las condiciones en la Tierra son generalmente concebidas como absolutamente estables, con cambios que tienen lugar en incrementos pequeños, pero no en convulsiones globales.
Sin embargo, la Biblia se refiere al “día de Jehová” como un evento de naturaleza global, no local. Definitivamente algo que bien podríamos comparar con una convulsión. Como el gran diluvio de Noé, afectará toda la Tierra. La ciencia siempre ha hecho mofa de la realidad de un diluvio global, rehusándose a creer que tal evento pudo ocurrir en el pasado. Esto se debe probablemente a su incapacidad para plantear hipotéticamente una serie de condiciones capaces de producir un diluvio de proporciones globales. Pero la respuesta a este problema es simple: Dios es quien controla todos los sistemas del universo, incluyendo el clima.
Por siglos, la ciencia ha enseñado que el centro de la Tierra es magma incandescente. Mientras que la Biblia dice que cuando tuvo lugar el diluvio,“El año seiscientos de la vida de Noé, en el mes segundo, a los diecisiete días del mes, aquel día fueron rotas todas las fuentes del grande abismo, y las cataratas de los cielos fueron abiertas” (Génesis 7:11).
Los científicos no podían compaginar, cómo la Biblia se refería a “fuentes del grande abismo”, siendo que en las profundidades de planeta sólo hay magma. Eso era un punto en que se apoyaban para negar la veracidad del diluvio, pero ahora esa misma ciencia ha corroborado esta realidad.
A continuación, permítame compartir con usted una porción de un artículo escrito por Ker Than y publicado en la página de Internet LiveScience.com, el 2 de marzo de 2007, que se titula “Océano gigantesco descubierto dentro de la Tierra”, el cual dice textualmente: “Los científicos que han escudriñado las profundidades de la Tierra, han descubierto evidencia de una vasta reserva de agua debajo del oriente de Asia, que tiene por lo menos el volumen del océano Ártico’.
“Ésta es la primera vez que se ha descubierto una cantidad tan vasta de agua debajo del manto profundo del planeta. El descubrimiento llevado a cabo por Michael Wysession, un sismólogo de la Universidad Estatal de Washington en St. Louis, y por Jesse Lawrence quien fuera uno de sus estudiantes, y quien ahora se encuentra en la Universidad de California, en San Diego, será detallado en una próxima monografía que publicará la Unión Geofísica Americana’”.
La pareja analizó más de 600.000 sismogramas - los registros de las ondas generadas por los terremotos que viajan a lo largo de la Tierra - recolectados por instrumentos colocados en diversos lugares alrededor del planeta.
Ellos advirtieron una región debajo de Asia, en donde las ondas sísmicas parecen apagarse o “atenuarse”, e incluso se advierte que disminuyen un poco su velocidad. Wysession explicó: “El agua atenúa un poco la velocidad de las ondas. La gran humedad y la disminución de su intensidad, concuerda muy bien con las predicciones del agua”.
De acuerdo con los pronósticos anteriores se calculaba que si se sumergía una gran porción del lecho frío del océano unos miles de kilómetros dentro del manto de la Tierra, las altas temperaturas harían que el agua almacenada dentro de la roca se evaporase.
Wysession dijo: “Esto es exactamente lo que encontramos aquí. El agua dentro de la roca que se hunde con la porción del lecho del océano está completamente fría, pero se calienta conforme se sumerge más profundo, y la roca finalmente se torna inestable y pierde su agua”.
A pesar de que parecen sólidas, la composición de algunas rocas en el lecho del océano contienen hasta más de 15% de agua. Wysession explicó, que “Las moléculas de agua de hecho están adheridas a la estructura mineral de la roca. Conforme se calienta, finalmente se deshidrata. Es como poner la arcilla en el fuego para extraerle el agua”. Los investigadores estiman que el 0,1% de la roca sumergida en el manto de la Tierra en esa parte del mundo, es agua, lo cual es similar a toda el agua en el océano Ártico.
Vemos entonces, que la propia ciencia que por tanto tiempo había negado el diluvio, está demostrando ahora la veracidad absoluta de este evento.
El día de Jehová
El “día de Jehová” no sólo tendrá una naturaleza global, sino que será un tiempo de caos sin paralelo en la historia. El propio Señor Jesucristo lo describió como único y horroroso, dijo: “Porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá. Y si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados” (Mateo 24:21,22).
En estos versículos, el Señor estaba refiriéndose a la tribulación, la cual es otra forma de hablar de los juicios del “día de Jehová”. Tomando sus palabras literalmente, esto implica que la tribulación será el peor cataclismo que haya afectado jamás al planeta. Desde nuestra perspectiva humana, con dos mil años de calma relativa en la geósfera - en la parte sólida de la tierra, es muy difícil imaginar la intensidad de ese tiempo. Tratar de concebir los horrores de la tribulación es algo que va casi más allá de nuestra imaginación. Sin embargo, la historia del presente sistema mundial, remontándonos hasta Adán, incluye muchas catástrofes a gran escala, entre ellas el diluvio de Noé, el cual fue mucho más que una simple inundación.
Quienes consideran la Biblia como divinamente inspirada, creen que la Tierra en esos días soportó tanto un diluvio global como un gran cataclismo. Como dice la Escritura: “Y sucedió que al séptimo día las aguas del diluvio vinieron sobre la tierra. El año seiscientos de la vida de Noé, en el mes segundo, a los diecisiete días del mes, aquel día fueron rotas todas las fuentes del grande abismo, y las cataratas de los cielos fueron abiertas, y hubo lluvia sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches” (Génesis 7:10-12).
Otra de las grandes catástrofes del planeta tuvo lugar en los días de Peleg, sobre la cual dice la Escritura: “Y a Heber nacieron dos hijos: el nombre del uno fue Peleg, porque en sus días fue repartida la tierra...” (Génesis 10:25). Esta catástrofe ocasionó la división de la masa terráquea y la formación de los continentes, ya que en el principio los continentes formaban una gran pangea.
Siendo esto verdad, entonces la declaración del Señor Jesucristo indica, que el desastre venidero será realmente algo sin precedentes, mucho más violenta que la ocurrida en el tiempo de Noé, y la del tiempo de Peleg.
Algunos han sugerido que estas “fuentes del grande abismo” que se rompieron cuando el diluvio, bien pudieron haber sido volcanes que arrojaron al aire grandes nubes de varios gases, incluyendo agua hirviendo y vapor. Por largo tiempo, el sol incluso no era visible. Lentamente la atmósfera se fue aclarando, y las aguas del diluvio se fueron retirando dejando al descubierto un nuevo mundo azotado por el viento, mal tiempo, tormentas, tornados, huracanes, y demás.
Antes de este diluvio, la meteorología de la Tierra era tan estable que incluso ni llovía. Con todo lo difícil que esto pueda parecer, la Biblia es inequívoca acerca del asunto. En los siguientes versículos, debemos tomar nota de dos cosas: Primero no llovía, segundo Dios es revelado como la causa de la lluvia. “Estos son los orígenes de los cielos y de la tierra cuando fueron creados, el día que Jehová Dios hizo la tierra y los cielos, y toda planta del campo antes que fuese en la tierra, y toda hierba del campo antes que naciese; porque Jehová Dios aún no había hecho llover sobre la tierra, ni había hombre para que labrase la tierra, sino que subía de la tierra un vapor, el cual regaba toda la faz de la tierra” (Génesis 2:4-6).
Aquí, tal como otros han registrado en gran detalle, la radiación solar, la geología de la Tierra y el clima, eran bien diferentes a las condiciones actuales. Dios diseñó por entero y a la medida, el medio ambiente para esta creación.
En otras palabras, Dios controla el mal tiempo, el clima y la interacción entre la Tierra y el Sol. Es tanto Creador como Controlador, Ese quien en un momento de la historia del planeta, no permitía que lloviera. Esto dista mucho de la opinión moderna, la cual sostiene que el hombre es la principal influencia en los sistemas que controlan el clima.
En este día en que todo se monitorea por sistema de radares y satélites, algunas veces hasta se le da crédito al meteorólogo por el control del clima. Cuando anuncia buen clima, hasta recibe congratulaciones, y cuando el clima es malo algunos lo culpan, como si de hecho fuera el causante. Algunos incluso hasta teorizan, de que nos encontramos ya en el punto, que casi somos capaces de controlar el clima del planeta. Pero si esto lo evaluamos de acuerdo con lo que enseña la Biblia, tal suposición luce ridícula.
De hecho, todos sabemos muy bien que los meteorólogos son incluso incapaces de anticipar los patrones del clima más allá de unos pocos días. La histeria acerca del calentamiento global es una demostración de la incapacidad del hombre por controlar el medio que lo rodea. Sus proponentes de continuo aseguran que la humanidad está prácticamente al borde de un desastre incontrolable. Muchos de ellos proclaman que nos encontramos sólo a unos pocos años de que tenga lugar un cambio irreversible en el clima.
La tribulación involucrará cataclismos similares a los que ocurrieron en el tiempo del diluvio, pero también varias catástrofes adicionales, algunas de las cuales se extenderán mucho más allá de la atmósfera que nos rodea, hasta el propio sol.
El futuro del Sol
Como es bien sabido por la ciencia, y tal como lo expliqué, la energía del sol es esencialmente toda la energía de nuestro sistema planetario local. Si se extingue, se extinguirá también la vida en esta parte del cosmos. Por consiguiente, es especialmente interesante examinar el futuro, pero desde la perspectiva de Dios en los cielos.
Él creó el sol, y puede usarlo para hacer cualquier cosa que tenga en mente. Durante el período de la tribulación, sus ángeles irán de aquí para allá y desestabilizarán el entero sistema global, incluso hasta el punto que la humanidad llegará al borde la extinción. Jesús dijo en el contexto de la tribulación, que las condiciones serían tan fieras que hasta la propia supervivencia de la humanidad estaría en juego. “Porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá. Y si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados” (Mateo 24:21,22).
Pero, ¿cómo puede ser posible tal cosa? ¿Qué será lo que ocurrirá que afectará hasta la supervivencia de la humanidad? La respuesta es bien simple, particularmente cuando consideramos la fobia actual de que mucha exposición al sol produce cáncer. Hoy en día se nos aconseja que usemos lentes que absorban los rayos ultravioleta y lentes de contactos para proteger los ojos del sol. Comerciales de televisión por millares nos urgen a que evitemos la exposición prolongada a los rayos solares y que nos apliquemos cremas especiales para protegernos la piel.
Todo esto, debido a la variedad de cánceres y otras enfermedades que pueden manifestársele a esos que se exponen demasiado a los rayos solares. La habilidad de nuestra atmósfera para absorber esos rayos se ha debilitado por los cambios masivos en el clima. Tal vez el colosal intercambio nuclear que tendrá lugar en el futuro tendrá este efecto, que la naturaleza de la radiación del sol se verá sometida a alteraciones mortales. Ahora considere cuidadosamente estas palabras del libro sagrado: “Y sobre todo monte alto, y sobre todo collado elevado, habrá ríos y corrientes de aguas el día de la gran matanza, cuando caerán las torres. Y la luz de la luna será como la luz del sol, y la luz del sol siete veces mayor, como la luz de siete días, el día que vendare Jehová la herida de su pueblo, y curare la llaga que él causó. He aquí que el nombre de Jehová viene de lejos; su rostro encendido, y con llamas de fuego devorador; sus labios llenos de ira, y su lengua como fuego que consume” (Isaías 30:25-27).
Sólo imagine un verano bien caliente y luego multiplíquelo por siete, para que se haga una idea de lo que declara la Biblia al decir, “y la luz del sol siete veces mayor, como la luz de siete días”. Aquí la profecía de Isaías ciertamente se refiere a los días de la tribulación... probablemente muy cerca del tiempo de la batalla de Armagedón.
La profecía de Isaías parece aludir al mismo evento descrito en Apocalipsis 16:8a, cuando “El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol, al cual fue dado quemar a los hombres con fuego...” Esto enfatiza el resultado, pero no la causa. ¡Y el resultado es espectacular! Bajo estas condiciones, los seres humanos no podrán salir fuera de sus hogares sin todo el cuerpo cubierto y sin lentes especiales para protegerse los ojos. Imagine la sequía que habrá entonces, los fuegos de maleza, la combustión espontánea y la intensidad del calor dentro de las casas y vehículos. Desde que Adán fuera creado, el mundo nunca ha experimentado tales condiciones.
Este juicio será contra el reino del Anticristo. Imagine cuál no será la consternación de sus seguidores, cuando el reino se convierta en un infierno sobre la tierra. Seguramente, entonces se volverán contra él en algún momento. En el mismo contexto, note el juicio del siguiente ángel: “El quinto ángel derramó su copa sobre el trono de la bestia; y su reino se cubrió de tinieblas, y mordían de dolor sus lenguas, y blasfemaron contra el Dios del cielo por sus dolores y por sus úlceras, y no se arrepintieron de sus obras” (Apocalipsis 16:10,11).
Tal parece, que exactamente en medio del ardiente calor solar, un ángel oscurecerá la Tierra. El resultado será inimaginable... calor en medio de la oscuridad. Esto nos recuerda las plagas de Egipto en los días de Moisés, cuando por tres días los egipcios no se atrevían ni a moverse. El temor y angustia de esos que tendrán que afrontar tales condiciones, los llevará al borde de la locura. Pero en su estado reprobado, se rehusarán a arrepentirse, y en lugar de implorar el perdón de Dios, blasfemarán y lo culparán por lo que estará ocurriendo.
Los ángeles de Dios están investidos con el poder para cambiar la potencia de la energía del sol, asimismo disminuirla. Tal vez ellos hasta harán que aumenten el número de tormentas solares. Posiblemente la energía del espectro solar se verá alterada de alguna manera. No hay forma que podamos saberlo, pero el resultado es obvio. La humanidad se verá sometida a una dosis masiva de radiación dañina. En ese día de grandes catástrofes climáticas, nadie culpará a los hombres por el consumo excesivo de hidrocarbonos.
Pero... ¿Cuál será el resultado de toda esta furia solar? ¿Quemaduras en la piel? ¿Cáncer? ¿Ceguera? Parece obvio que los hombres se verán obligados a cubrirse completamente el cuerpo si tienen que salir afuera en el día. Durante los últimos años, las tormentas solares masivas han resultado en megatones de partículas cargadas que han salido disparadas de la superficie del sol. Afortunadamente, hasta este momento, no han impactado nuestro planeta. Pero estas llamadas expulsiones de masa coronal, o agujeros en la corona del sol, son llamaradas solares que tienen el potencial para quemar a nuestro mundo con calor y radiación.
Según los observadores el hecho de que nuestro planeta no haya sido impactado se debe a “buena suerte”. Nosotros por el contrario le llamamos una bendición de Dios. Sea como sea que se le llame, todo lo que ocurrirá demostrará la veracidad de las profecías de la Biblia. Ciertamente habrá un tiempo cuando la furia del sol se reflejará con un calor increíble.
Luz y oscuridad
Los juicios de la tribulación están arreglados específicamente como una demostración del poder de Dios. Los hombres que creen comprender los “procesos naturales” quedarán impactados al comprobar que esos procesos están bajo el control de un intelecto poderoso. Esta idea es completamente clara en la profecía de Isaías: “Aullad, porque cerca está el día de Jehová; vendrá como asolamiento del Todopoderoso. Por tanto, toda mano se debilitará, y desfallecerá todo corazón de hombre, y se llenarán de terror; angustias y dolores se apoderarán de ellos; tendrán dolores como mujer de parto; se asombrará cada cual al mirar a su compañero; sus rostros, rostros de llamas. He aquí el día de Jehová viene, terrible, y de indignación y ardor de ira, para convertir la tierra en soledad, y raer de ella a sus pecadores. Por lo cual las estrellas de los cielos y sus luceros no darán su luz; y el sol se oscurecerá al nacer, y la luna no dará su resplandor. Y castigaré al mundo por su maldad, y a los impíos por su iniquidad; y haré que cese la arrogancia de los soberbios, y abatiré la altivez de los fuertes. Haré más precioso que el oro fino al varón, y más que el oro de Ofir al hombre. Porque haré estremecer los cielos, y la tierra se moverá de su lugar, en la indignación de Jehová de los ejércitos, y en el día del ardor de su ira” (Isaías 13:6-13).
Sería muy fácil decir que las condiciones descritas aquí son simplemente el resultado de fuegos locales, o la consecuencia de una guerra nuclear que ha colmado el aire con fuego y polvo. Pero que se “estremezcan los cielos”, ciertamente no será una catástrofe local. No podemos decir con exactitud qué es lo que significan estas palabras, excepto que tal parece, que de alguna forma, hasta la rotación de la órbita de la Tierra se alterará. En el fin, incluso hasta la duración del año solar y del día serán cambiados.
Una calamidad futura
El capítulo 24 de Isaías, ha sido llamado a menudo el “Pequeño Apocalipsis”. Comienza con un cuadro de devastación que es prácticamente increíble, ya que dice: “He aquí que Jehová vacía la tierra y la desnuda, y trastorna su faz, y hace esparcir a sus moradores” (Isaías 24:1).
Difícilmente podríamos tener un cuadro más perturbador de una destrucción más terrible que ésta. Imagine las consecuencias de una guerra nuclear, combinada con perturbaciones a una escala astronómica y llameante radiación. El resultado será una tierra asolada por el fuego, virtualmente desprovista de vegetación. Los hombres tropezarán unos contra otros en aturdimiento, vagando y preguntándose dónde podrán encontrar el próximo bocado de comida.
La descripción de Isaías de la maldición que le sobrevendrá a la Tierra, llega a ser incluso más profunda: “Terror, foso y red sobre ti, oh morador de la tierra. Y acontecerá que el que huyere de la voz del terror caerá en el foso; y el que saliere de en medio del foso será preso en la red; porque de lo alto se abrirán ventanas, y temblarán los cimientos de la tierra. Será quebrantada del todo la tierra, enteramente desmenuzada será la tierra, en gran manera será la tierra conmovida. Temblará la tierra como un ebrio, y será removida como una choza; y se agravará sobre ella su pecado, y caerá, y nunca más se levantará. Acontecerá en aquel día, que Jehová castigará al ejército de los cielos en lo alto, y a los reyes de la tierra sobre la tierra” (Isaías 24:17-21).
Pero... ¿Cómo ocurrirá tal cosa? De alguna forma, la rotación segura y constante de la Tierra se interrumpirá. ¿Será quizá por un terremoto de proporciones gigantescas que desplazará las placas tectónicas? Si los continentes de alguna forma se desplazaran hacia nuevas posiciones, ¿acaso no se desestabilizaría el alineamiento de nuestro planeta? Sea cual fuere el método que usará Dios, es claro que el resultado de todo serán cambios masivos. El sistema mundial actual sucumbirá para nunca volver a ser.
Cuando llegue la tribulación, los líderes de las Naciones Unidas tratarán de salvar el medio de la Tierra. En la actualidad y a pesar de las quejas continuas, vivimos en un estado de bendición, donde el alimento abunda, y las necesidades de la vida se ven solucionadas. Incluso tenemos disponibles lujos de toda clase como nunca habíamos visto en la historia de este planeta. No obstante, incluso bajo estas circunstancias, esos que propagan el pánico claman que la humanidad se encuentra al borde la destrucción.
Pero... ¿Qué dirán ellos en ese día de grandes terremotos, cuando todo el planeta se estremecerá? Piense en estas palabras: “Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar” (Apocalipsis 6:14).
¿Cómo reaccionará la humanidad inconversa cuando el terror del cielo se haga una realidad? Será, exactamente como lo declaran los siguientes versículos: “El segundo ángel tocó la trompeta, y como una gran montaña ardiendo en fuego fue precipitada en el mar; y la tercera parte del mar se convirtió en sangre. Y murió la tercera parte de los seres vivientes que estaban en el mar, y la tercera parte de las naves fue destruida. El tercer ángel tocó la trompeta, y cayó del cielo una gran estrella, ardiendo como una antorcha, y cayó sobre la tercera parte de los ríos, y sobre las fuentes de las aguas” (Apocalipsis 8:8-10).
La religión secular que ha depositado su fe en la estabilidad global quedará hecha añicos, todos los que han depositado su fe en “Gea - en la Madre Tierra”. Quienes miran a la Tierra por su salvación serán severamente probados. Por otra parte, esos cuya fe descansa en la obra consumada del Señor Jesucristo serán librados de la ira venidera.
Nota de la redacción : Según lo difundido por el científico alemán, el Dr. Hans Penner, este recibió del Ministerio Federal del Medioambiente de Alemania la información que en Alemania sólo el 1,2 % (a nivel mundial es el 2,2 %) de la emisión del dióxido de carbono proviene de fuentes técnicas, los restantes 98,8 % provienen de la respiración de los seres vivientes, es decir seres humanos, animales y microorganismos. Por consiguiente es ridículo pensar que reduciendo el 1,2 % tenga un efecto significativo dentro del total. Esto es razón suficiente para darse cuenta que este tema en realidad persigue otros fines políticos a nivel global dentro del marco del venidero reino anticristiano, tal como expone este artículo de una manera bien clara, aunque es un poco extenso pero vale la pena leerlo hasta el final.