"A medida que el cristianismo adquirió autonomía, tropezó con dos graves dificultades: no estar reconocido como 'religión lícita', ... y negarse sus fieles a sumarse al culto al emperador, una mera formalidad más cívica que religiosa, por considerarla idolatría. La negativa a reconocer el orden constituido ... desencadenó varias persecuciones..."
(De un libro de historia, acerca de los cristianos en el Imperio Romano.)
Lo siguiente es una historia ficticia, pero con antecedentes reales en la antigua Unión Soviética, en China, y en otros países.
Claudio se sintió orgulloso del anuncio que pudo dar a su congregación este domingo:
"El gobierno ha aprobado la Ley de Igualdad Religiosa. Desde ahora seremos una religión reconocida por el Estado. Tendremos los mismos privilegios como la iglesia católica romana. Ya no nos podrán tratar como 'secta', y ya no tendremos que pagar impuestos por nuestras construcciones."
- No les dijo que esta nueva ley le iba a dar también unas ventajas importantes a él mismo: Tampoco iba a tener que declarar sus ingresos personales a la Oficina de Impuestos; e iba a viajar a medio precio en los medios de transporte público, un beneficio importante para alguien que viajaba con tanta frecuencia como él.
Por tanto, Claudio se esmeró en cumplir lo más pronto posible con los trámites para la registración de su congregación. Se presentó en el despacho del Director Regional de Asuntos Religiosos con los documentos requeridos, entre los que figuraban un plano exacto de su local de reunión, una lista con los nombres y direcciones de todos los miembros, y varios otros. Pagó también sus derechos de registración. A cambio, el secretario del director le alcanzó un formulario:
- "Esta es su declaración de lealtad hacia el Estado. Una mera formalidad. Firme aquí en la línea punteada."
- Claudio firmó, después de haber dado una ojeada a algunos de los artículos impresos en letra pequeña. Más tarde se recordó solamente de dos de ellos, que decían:
- "El ministro religioso se compromete a ser leal al Estado, colaborando con los funcionarios del Ministerio de Asuntos Religiosos en todos sus deberes."
- "El ministro religioso se abstendrá de interferir con las funciones del gobierno del Estado, y de comentar sobre asuntos controvertidos de la política del Estado."
No pensó más sobre ello. Era una mera formalidad.
- El secretario le dijo: "Le felicito. Son ustedes ahora una institución religiosa reconocida por el Estado. La próxima semana podrá Ud. recoger su certificado de registración." Y le recordó: "No se olvide de traernos anualmente la lista actualizada de sus miembros."
Así disfrutaron Claudio y su congregación de sus nuevos privilegios. Al cabo del año, Claudio volvió a presentarse en la Dirección Regional de Asuntos Religiosos, con la lista actualizada de sus miembros. El secretario la revisó superficialmente, después preguntó:
- "Dígame, ¿cuáles de estas personas son los más activos? ¿Los más fervientes en la oración, y los que evangelizan más?"
- Claudio se sorprendió por un instante, y esto por dos razones. Una, porque no había pensado que este funcionario del Estado estuviera tan interesado en la salud espiritual de su congregación. Y segundo, porque estas no eran exactamente los detalles en los que él mismo se había fijado a lo largo del año. Tuvo que pensarlo por un rato, y después señaló tres nombres en la lista: Teófilo E, Timoteo D, y Fermín J.
Unos meses más tarde, Timoteo D. se acercó a Claudio, bastante preocupado:
- "Hace unos días me visitó un agente de la policía. De alguna manera se había enterado de que yo reúno de vez en cuando a unos compañeros de trabajo en mi casa, para leer la Biblia y orar con ellos. El policía me dijo que yo no podía llevar estas reuniones religiosas informales, puesto que no soy un ministro religioso registrado. Dígame, ¿qué tiene la policía que ver en esto? ¿y cómo podré entonces hacer para alcanzar a mis compañeros con el evangelio?"
- Claudio lo pensó por un momento. Después respondió con lo que le pareció el mejor consejo: "Bueno, Ud. sabe que tenemos que estar sujetos a la autoridad, como dice Pablo en Romanos 13. De todos modos debería haber Ud. coordinado esas reuniones más estrechamente conmigo. Le recomiendo que deje de hacer esas reuniones, y en lugar de ello traiga a sus compañeros a nuestro servicio dominical."
- "Pero ellos no se sienten bien en una iglesia. ¿No podría Ud. venir a mi casa y hacerse cargo de una reunión, una vez a la semana?"
- "Lo siento, pero mi agenda ya está repleta. De todos modos, si ellos no se sienten bien en una iglesia, supongo que no tendrán mucho interés en el evangelio."
- "Pero pastor, si Ud. los conociera ... ¡están tan hambrientos por la Palabra de Dios!"
- Pero Claudio sabía lo que era su deber ciudadano. Y también conocía su agenda. No podía permitir irregularidades.
Cierto tiempo después, Claudio se encontró con su colega Simón. Este le dijo: "¿Sabiás que el gobierno va a anular el Concordato con el Vaticano?"
- "Ah, qué bueno. Por fin los católicos van a perder sus privilegios injustos."
- "Sí, es cierto. Pero recordarás que bajo la Ley de Igualdad Religiosa, nosotros ya tenemos los mismos privilegios como la iglesia católica."
- "Ah, se me olvidó. Pero ahora, de todas maneras la iglesia católica ya no tendrá ningún privilegio."
- "Este es exactamente el problema que yo veo."
- "¿Cómo? ¿Quieres decir que ...?" - Claudio se quedó callado, pensando en lo que esto podría posiblemente significar para su propia congregación.
En un día soleado de septiembre, apareció esta noticia en todos los diarios grandes:
"MEDIDA VALIENTE DEL GOBIERNO PONE FIN A LA PRIVATIZACIÓN DE LA RELIGIÓN.
Por fin, el Estado se encarga de poner orden en la situación caótica de las instituciones religiosas, en conformidad con la Convención Internacional de Libertad Religiosa. Con el Decreto Presidencial emitido el lunes pasado, todos los ministros religiosos recibirán la categoría de funcionarios del Estado, y todos los inmuebles de las instituciones religiosas pasarán al patrimonio del Estado. El Ministerio de Asuntos Religiosos adoptará medidas para que ninguna institución religiosa permanezca en la informalidad."
"Bueno", pensó Claudio, "esto por lo menos pondrá fin a la actitud rebelde de esos de la Iglesia Cristiana Libre." - Hace tiempo ya, Claudio había sentido cierta envidia hacia aquella congregación no registrada, que se reunía a solamente doscientos metros de su templo. Habían comenzado hace pocos años como una reunión informal en una casa privada; pero juzgando desde el ruido que hacían y el número de personas que entraban y salían, ahora ya debía tener más de lo doble de los miembros de la congregación de Claudio. Y parecían no estar interesados en los privilegios que el Estado les ofrecía, a cambio de una mera formalidad.
Efectivamente, dos semanas más tarde durante el servicio dominical se escuchó un tumulto en la calle, e incluso unos disparos. Después se enteraron de que la policía había dispersado la reunión de la Iglesia Cristiana Libre y había cerrado el local donde se reunían. Todavía no había noticias acerca de sus líderes. Claudio se sintió satisfecho, aunque un poco preocupado por los disparos. Pero pensó: "¿Por qué habrán ofrecido resistencia contra la policía? Deberían saber que un cristiano se somete a la autoridad del Estado."
El mismo, en cambio, recibía ahora un salario fijo del Estado. Cierto, como funcionario estatal que él era ahora, ya no podía aceptar ofrendas y regalos personales de su congregación. Pero ¿qué importaba esto, si el Estado le aseguraba su situación financiera?
Algún tiempo después, la esposa de Timoteo D. llegó a la casa de Claudio, llorando. "Mi esposo ha desaparecido. Anteayer se fue al trabajo como siempre, pero no volvió, y nadie lo ha visto."
- "Avisó Ud. a la policia?"
- "Sí, pero hasta ahora no pueden decirme nada de él. Solamente que uno de ellos insinuó que Timoteo podría haber estado enredado en actividades ilegales. No puedo imaginarme nada así de mi esposo, pero me preocupa..."
Los días pasaron sin noticias acerca de Timoteo. Lo único que Claudio pudo averiguar, era que Timoteo no había hecho caso a su consejo anterior. Había seguido reuniendo a compañeros de trabajo en su hogar, y estas reuniones habían aun crecido en número y en frecuencia.
Cierto domingo, Claudio tuvo el siguiente anuncio que hacer: "Por Decreto Presidencial, desde ahora, todos los actos religiosos tienen que comenzar y concluir con el saludo obligatorio al Presidente de la Nación. Es una mera formalidad cívica, en la que participaremos todos como buenos ciudadanos."
Con esto, Claudio se arrodilló ante la bandera que adornaba el auditorio, levantó las manos hacia arriba y gritó: "¡Gloria a nuestro Presidente!" - Toda la congregación se arrodilló con él y repitió la aclamación: "¡Gloria a nuestro Presidente!"
- Para ser exacto, no toda la congregación. De reojo, Claudio pudo ver que al lado derecho, unas cinco personas permanecían de pie y callados; entre ellos Teófilo E. y Fermín J. Por supuesto que él tenía que reportarlos. Una mera formalidad.
Desde entonces, todos los servicios dominicales comenzaron y terminaron con este acto cívico. Solamente con un pequeño cambio insignificante, que después de un tiempo la bandera fue remplazada por una imagen del Presidente. Las pocas personas que habían permanecido de pie durante este acto, dejaron de venir, y nadie preguntó por ellos.
Un domingo, al salir de la puerta después del servicio, dos policías le esperaban a Claudio. "¿Podría hacernos el favor de acompañarnos? Tenemos que hacerle algunas preguntas." - "Por supuesto, claro que sí". - Y Claudio les siguió a la comisaría, donde uno de los oficiales le dijo:
- "Hemos escuchado que Ud. sigue llevando clases de instrucción religiosa para menores de edad. También hemos observado en su reunión dominical la presencia de menores de edad. ¿Qué nos dice Ud. acerca de esta conducta suya?"
- "Siempre hacemos esto, la iglesia está abierta para todos, ¿por qué?"
- "¿Y esto es todo lo que tiene para decirnos?"
- "Bueno, y que el Señor Jesús dijo: 'Dejad a los niños venir a mí.'"
- "Esto no viene al caso; se trata aquí de las leyes del Estado. Seguramente Ud. conoce el Reglamento para Funcionarios Religiosos", y el oficial señaló un volumen grueso echado sobre su escritorio.
- "Lo he leído, pero no lo poseo yo mismo", dijo Claudio.
- "Entonces le aconsejo que lo adquiera lo más pronto posible y que se familiarice con su contenido. Instruir a menores de edad es una interferencia inexcusable con el dominio del Ministerio de Educación. Esta es una grave conducta irregular de parte de un funcionario religioso, y puede ser penado con hasta quince años de cárcel o de trabajo forzado."
- Viendo la cara asustada de Claudio, el segundo oficial presente intervino: "Puesto que Ud., señor Claudio, tiene hasta ahora un registro impecable y se trata de la primera transgresión de su parte, Ud. puede todavía salirse con una multa. Pero le advierto que si reincide, el caso se llevará irremisiblemente ante el juzgado. Y seguramente comprenderá Ud., que a cambio tendrá que colaborarnos, dándonos información pertinente acerca de las actividades privadas y de las opiniones políticas de los miembros de su congregación. Una mera formalidad."
Claudio, contento con que la justicia se había mostrado misericordiosa con él, prometió cumplir con todo, y se fue a pagar su multa y a comprar su Reglamento. Durante el tiempo que seguía, algunas veces la desaparición misteriosa de un miembro de su congregación le causaba profunda preocupación; especialmente cuando se daba cuenta de que se trataba de alguien acerca de quien había dado información a la policía. Pero inmediatamente se tranquilizaba con el consuelo de que él estaba cumpliendo fielmente con su deber como ciudadano y cristiano.
Fuente: http://www.altisimo.net/maestros/parabolas.htm#4 (link externo: no apoyamos necesariamente a todos lo puntos de vista de los link externos)