¿Qué debemos hacer frente a la maldad del tiempo apocalíptico que estamos viviendo?

 

¿Qué debemos hacer frente a la maldad del
tiempo apocalíptico que estamos viviendo?

 

Introducción: Este artículo, basado en el libro With Liberty and Justice for All de Joe Morecraft III, publicado en 1991.

Dicho libro, publicado en Estados Unidos hace 33 años, muestra hoy más que nunca la necesidad de darnos cuenta, qué es lo que realmente está pasando en el mundo.

El deber del Estado según la Biblia:

En Romanos 13, las autoridades del Estado se describen como siervos de Dios. Tanto la Iglesia como el Estado son designados por Dios para servir a su pueblo. Así como la Iglesia no tiene y no debe tener autoridad para crear doctrinas por decreto, el Estado no tiene autorización de Dios para administrar leyes que no se basen en los principios de la ley divina.



La autoridad del gobierno civil debe ser de servicio, no de creación de leyes; su legislación debería basarse en las leyes de Dios. Al Estado no aplicar o administrar fielmente la justicia en términos de la ley bíblica, la Iglesia será la primera en sufrir y la libertad comenzará a desvanecerse.

La fuente de la ley para cualquier sociedad es el dios de esa sociedad. Un Estado que se considera dios no tolerará dioses rivales, pudiéndose convertir la Iglesia cristiana en una amenaza. Por lo tanto, la cuestión crucial no es más leyes o menos leyes, sino si debemos regirnos por la ley del hombre o la ley de Dios. Si el hombre o estado se considera dios, reinaran la esclavitud y el caos. Si Jehová es Dios, reina la paz: "Bienaventurada la nación cuyo Dios es el Señor" (Salmo 33:12).

A lo largo de la historia de Estados Unidos, muchos padres fundadores creyeron en la Divina Providencia, confiando en que la mano guiadora de Dios dirigía los asuntos de las naciones. Esto les daba confianza en el futuro y un estímulo para la responsabilidad. Sin embargo, hoy, esa fe parece haberse perdido. La mayoría de las naciones están en rebelión contra Dios, representada por el Globalismo y la Agenda 2030. Hemos mezclado nuestra plata con escoria (inflación), hecho pactos con quienes promueven leyes anti bíblicas y anticristianas, y sucumbido a una vida orientada al endeudamiento y al ocio en lugar del trabajo honesto.

Hemos buscado la salvación en el humanismo y las instituciones humanas, promoviendo la seguridad social desde la cuna hasta la tumba, en lugar de buscarla en Dios. Hemos degradado la familia, abrazando la inmoralidad y el vicio; robando a las iglesias y escuelas cristianas de sus derechos y libertades. Los nuevos dioses, impotentes, nos fallan, y hemos elegido a líderes sin compromiso con Dios, lo que nos ha llevado a la bancarrota espiritual.

El asesinato de millones de bebés no nacidos en nuestros países es un pecado atroz que nos somete al severo juicio de Dios Todopoderoso: “Por tanto, dice el Señor Jehová de los ejércitos, el Fuerte de Israel: Ay, tomaré satisfacción de mis enemigos, me vengaré de mis adversarios: Y volveré mi mano sobre ti, y limpiaré hasta lo más puro tus escorias, y quitaré todo tu estaño: Y restituiré tus jueces como al principio, y tus consejeros como de primero: entonces te llamarán Ciudad de Justicia, Ciudad Fiel.” (Isaías 1:24-26).

¿Señales del juicio de Dios? ¿Cómo saber si Dios ha comenzado a juzgar una nación? Isaías 3:1-5 describe las señales: Dios priva a la nación de los medios más necesarios para la vida: económica, social, educativa, moral y religiosa. Todo en lo que confiaban les es arrebatado. La salud, vitalidad y esperanza nacionales se agotan, junto con la eliminación de líderes rectos, dejando a aquellos sin sabiduría ni madurez.

Los líderes que quedan no aprecian la herencia cristiana ni se comprometen con un futuro moralmente cristiano. Legislan para el presente y su propio beneficio, lo que genera irresponsabilidad y una planificación egocéntrica. Esta actitud miope se resume en la famosa frase: "A largo plazo, estaré muerto".

El juicio de Dios trae consigo anarquía, confusión, pérdida de unidad y libertad. Los hombres responsables abdican de sus lugares de poder, mientras que las mujeres toman las riendas, y el declive moral se extiende a ambos géneros, como se ilustra en el feminismo y otras corrientes modernas. Con el tiempo, esto lleva a los horrores de la guerra y la trágica muerte de muchos.

(En una nación donde Dios es considerado irrelevante, el hombre está espiritualmente muerto.)

 Este es nuestro futuro a menos que nos arrepintamos sinceramente de nuestros pecados, tanto individual como colectivamente. Isaías 1:16-20 nos llama al arrepentimiento: “Lavaos, limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo. 

Aprended a hacer el bien; buscad juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda. 

Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta; si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. Si quisiereis y obedeciereis, comeréis el bien de la tierra. “Si no quisiereis y fuereis rebeldes, seréis consumidos a espada; porque la boca de Jehová lo ha dicho.”

Dios nos presenta dos alternativas: obedecerle y prosperar, o desobedecerle y ser devorados por la espada. Es vital que nuestros líderes políticos se arrepientan de sus pecados, reconociendo a Dios como nuestro juez y legislador, y a Jesucristo como nuestro rey. Ninguna ley debe aprobarse si es incompatible con la voluntad de Dios revelada en la Biblia.

Llamado al arrepentimiento: Líderes de la Iglesia, arrepiéntanse de un cristianismo liviano, de falsas doctrinas y de la falta de valentía para predicar todo el consejo de Dios. Procuren los dones del espíritu santo y confronten a las instituciones políticas, demostrando su responsabilidad ante la ley de Dios y Jesucristo, quien es "el soberano único de los reyes de la tierra". Como los profetas de antaño, usen la Palabra de Dios para derribar los "ismos" malignos del humanismo, comunismo y otros.

Ciudadanos, especialmente los cristianos, debemos arrepentirnos de nuestros pecados que nos han llevado a este estado deplorable. Dejemos de confiar en el gobierno civil para la salvación y sustento, y alejémonos de la apatía, involucrándonos en la batalla por la supervivencia de nuestra nación. Debemos estar dispuestos a dar todo lo que somos y tenemos a Cristo y al avance de su reino.

Si queremos ser vencedores en esta guerra, debemos promover desinteresada e implacablemente las normas de Dios y la justicia conforme a Su palabra, la Biblia.

 

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