Se Necesita:
Hombres de Dios
Por Zac Poonen
CONTENIDO
Prefacio
1. Los hombres de calibre espiritual
PREFACIO
Este libro contiene la sustancia de una serie de mensajes predicados a la Asociación Evangélica de la India durante la Conferencia del 20avo Aniversario en Vellore (ciudad en la parte Sur de la India) en enero del 1971.
No hablo aquí como alguien que haya alcanzado la meta, sino como uno que trata de obtener el favor de Jehová para proseguir hacia esta meta, dolorosamente consciente del hecho de que tengo un largo camino por recorrer.
Ha sido mi convicción que la Palabra del Señor debe ser pronunciada con fidelidad, incluso si en el proceso el mismo mensajero es condenado por esa Palabra. En consecuencia, considero estos mensajes primeramente como la Palabra de Dios a mi propio corazón. Ellos me condenan en más de un punto.
Agradó al Señor bendecir estas palabras durante la conferencia porque muchas personas en todo el mundo estaban orando. Aun ahora están siendo distribuidas con oración, lo que puede resultar en una bendición para muchos más. Zac Poonen.
“Lo que la Iglesia necesita hoy no es ni más maquinaria ni mejor, ni nuevas organizaciones, ni más y nuevos métodos, sino hombres que el Espíritu Santo pueda usar... El Espíritu Santo no fluye a través de métodos sino a través de los hombres. Él no desciende sobre maquinas, sino sobre los hombres. Él no unge planes sino hombres...
La habilidad natural y las ventajas educativas no figuran como factores determinantes en este asunto; sino la capacidad para la fe, la capacidad de orar, el poder de una profunda consagración, la capacidad de negarse así mismo, la capacidad de sumirse completamente en la gloria de Dios y un deseo insaciable, siempre presente buscando antes de todo la plenitud de Dios – así son los hombres que pueden incendiar la Iglesia para Dios; no de una manera espectacular o ruidosa, sino con un calor intenso y tranquilo que derrite y mueve todas las cosas para Dios.
Dios puede hacer maravillas si puede encontrar a hombres adecuados“.
E.M.Bounds (1835 –1913)
Los derechos de autor – Zac Poonen (1971). Este libro ha sido protegido por derechos de autor para evitar el mal uso, no se debe reproducir o traducir sin permiso por escrito del autor.
1. Los hombres de calibre espiritual
A lo largo de los siglos, los hombres y las mujeres a quienes Dios ha podido utilizar para derrotar a las fuerzas de la oscuridad, para lograr un impacto duradero sobre los incrédulos en Su Nombre y establecer un testimonio para Su gloria, siempre han sido pocos en número. Las bendiciones de Dios son recibidas por muchos, pero el remanente que trabaja junto con Dios ha sido siempre un grupo pequeño. De en medio del ejército de 32.000 de Gedeón, Dios podía usar solamente 300. La proporción ha sido aproximadamente la misma en toda la historia de la Iglesia. Pocos están dispuestos a pagar el precio de ser parte de ese remanente.
Creo que los ojos del Señor están contemplando hoy toda nuestra tierra en busca de esos hombres - hombres de calibre espiritual - a quienes Él puede usar para glorificar Su Gran Nombre en donde éste en la actualidad está siendo profanado en la actualidad.
En un día similar, en Israel, hace 2500 años, cuando se estaba deshonrado el nombre de Jehová, Dios envió un mensaje a su pueblo diciendo: “y sabrán las naciones [los paganos] que yo soy Jehová... cuando fuere santificado en vosotros delante de sus ojos” (Ez. 36:23). En ese mensaje estaba implicada una promesa, pero una promesa que dependía de una condición. Los paganos sabrían que Jehová era el verdadero Dios, pero sólo cuando Él fuera santificado en la vida de su pueblo.
Hoy en día, Dios está buscando hombres y mujeres que le permitan ser tan santificado en ellos, que la gente alrededor empiece a reconocerlo y se realice un impacto en ellos por Su nombre. Encontramos un ejemplo de esto en la vida de un hombre de Dios que vivió en el siglo noveno antes de Cristo. Si nos fijamos en su vida, vamos a encontrar por lo menos tres cosas que deben caracterizar al siervo de Dios del siglo XXI.
Eliseo era un hombre de pasiones como nosotros, sin embargo, él hizo un impacto en su generación para Dios. En la historia de su vida que nos ha dejado el testimonio de las Escrituras, hay tres ocasiones en las que leemos acerca de la impresión que él causó a los demás. Veamos estos momentos uno por uno.
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2. Un hombre santo de Dios
“Y aconteció que un día pasaba Eliseo a Sunem, donde había una noble mujer, y ella le dio hospedaje. Y así fue, que todas las veces que pasaba, entraba allí para comer pan y... esta dijo a su marido: he aquí ahora, yo entiendo que este es un hombre santo de Dios, que pasa por nuestra casa” (2 Reyes 4: 8, 9).
¿Cuál es la impresión que damos a los demás? ¿Nos consideran solamente como inteligentes, ingenioso, y elocuente, o tal vez por tener una personalidad dinámica? Estas cualidades son esenciales y excelentes cuando se encuentran en vendedores, pero no estamos llamados a ser vendedores. Estamos llamados a ser hombres y mujeres santos de Dios en primer lugar.
La mujer que hizo esta observación era una mujer rica e influyente. No era una persona ingenua, fácil de engañar por las apariencias. Eliseo había visitado su casa con frecuencia y ella lo había visto día tras día como nos observan los incrédulos. Finalmente llegó a la conclusión segura que Eliseo era un hombre santo de Dios.
Hermanos y hermanas, cuando otros nos miran, si no son capaces de llegar a la misma conclusión de que somos personas santas, cualquier cosa que digamos o hagamos será en vano. No me refiero a la impresión que causamos en la gente que poco sabe sobre nosotros, sino en los que se encuentran con nosotros frecuentemente, aquellos con quienes vivimos, aquellos que nos conocen bien a fondo.
En nuestras iglesias y organizaciones cristianas, tenemos muchos predicadores, cantantes, teólogos y administradores. Gracias a Dios por cada uno de ellos. Pero ¿tenemos hombres santos de Dios? Esta es la pregunta importante. Solo cuando tengamos hombres y mujeres santos vamos a tener un avivamiento verdadero.
Pienso que por lo general terminamos convirtiéndonos en el tipo de personas que realmente hemos deseado ser en nuestro corazón. Si realmente hubiéramos anhelado ser hombres y mujeres consagrados a Dios - recuerda, Dios ve el anhelo más profundo de nuestros corazones y responde a eso - seguramente hubiéramos sido tales.
Y por eso, si no somos santos hoy, quizás la razón es que nuestras ambiciones reales han sido otras. Tal vez estamos satisfechos con ser sólo inteligentes y dinámicos o con tener un ingenio administrativo. Es fácil decir que deseamos santidad más que otras cosas, porque eso es lo que es correcto decir. Pero al igual que el pueblo de Dios en los días de Isaías y Ezequiel, el deseo más profundo de nuestros corazones y la profesión de nuestros labios pueden ser de una distancia similar a la de polos opuestos. (Isa 29:13; Ezequiel 33:31).
Podemos predicar una bendición o podemos predicar dos. Pero ninguna teoría de la santificación y ningún testimonio de las experiencias pasadas pueden ser un sustituto de una vida genuinamente santa, “en una santidad verdadera” (Ef. 4:24).
En la India, sabemos que algunos de nuestros amigos que no son cristianos tienen un estándar moral muy alto. Si ven en nosotros un estándar de santidad más bajo que el que su religión les enseña a ellos, ¿cómo serán atraídos al Señor Jesucristo? Qué triste, pero cierto, que algunos incrédulos piadosos muchas veces manifiesten una integridad y honestidad más sinceras que muchos cristianos. Debemos estar avergonzados de este hecho y caer de rodillas delante de Dios y rogar por Su misericordia.
Necesitamos en nuestras iglesias hombres y mujeres genuinamente sagrados, y especialmente entre nuestros líderes cristianos. Sin ellos, todos nuestros esfuerzos para alcanzar a nuestro país con Cristo serán en vano.
Nosotros los cristianos profesamos haber sido llenados por el Espíritu de Dios. Pero no olvidemos que el que mora en nosotros es llamado el Espíritu Santo y que su función principal no es darnos dones, sino hacernos santos.
Cuando Isaías tuvo una visión de Dios, oyó los serafines alrededor del trono clamando, no “Todopoderoso, Todopoderoso, Todopoderoso,” ni “Misericordioso, Misericordioso, Misericordioso,” sino “Santo, Santo, Santo”. Cualquiera que haya visto un espectáculo Así, se dará cuenta que no es poca cosa ser un siervo de un Dios tal. La santidad es una necesidad imperativa en la vida de aquel que es llamado para representar al Alto y Sublime, cuyo nombre es Santo.
El hecho de que nuestro Dios es un Dios infinitamente santo debe ser el mayor incentivo para la santidad en nuestras vidas. “Sed santos, porque yo soy santo (1 Pedro 1:16)”, dice el Señor. Si nos esforzamos por la santidad simplemente porque queremos que Dios nos use, nuestro motivo es egoísta. Debemos desear ser santos porque nuestro Dios es santo, sin preocuparnos si Él nos utiliza o no.
Cuando Eliseo andaba en diferentes lugares, esta fue la impresión que causó a todos con los que se encontró, que él era un hombre santo de Dios. Las personas podrían haber olvidado sus mensajes e incluso los tres puntos de sus sermones, pero no podían olvidar el impacto de su vida. ¡Qué reto debe ser esto para nosotros! ¡Cómo debemos codiciar esto, más que ser simplemente elocuentes en nuestros sermones, maravillosos en nuestra exposición de las Escrituras y capaces en la administración de nuestros asuntos, que pudiéramos ser sobre todo hombres santos de Dios! Las personas no pueden fácilmente borrar de su memoria la impresión hecha sobre ellos por tales hombres.
Cuando he viajado por distintos lugares de nuestro inmenso país, he conocido a muchos líderes y misioneros cristianos con dones y habilidades maravillosos. He conocido maestros de espectáculos y extrovertidos. Pero he encontrado muy pocos a quienes podría admirar como santos hombres de Dios. Espero que me equivoque en mi evaluación, pero tengo miedo de que tenga razón.
El hecho de que Dios usa a un hombre en Su servicio no indica que este hombre es santo o que su vida es agradable ante Él. Una vez Dios usó un burro para entregar Su mensaje, utilizó el dueño del burro, Balam, también para profetizar, a pesar de que este era corrupto. Si Dios usa a un hombre para ministrar Su palabra, la razón muchas veces está en Su misericordia y porque ama a las personas a quienes quiere hacer llegar un mensaje, no necesariamente porque Él es feliz con la vida del mensajero.
No tenemos que ser necesariamente hombres santos para poder ministrar la Palabra de manera impresionante. Pero sí, tenemos que ser hombres santos si queremos ser parte de ese remanente que pelea las batallas de Dios detrás del escenario y cooperar con Él en la construcción de aquello que no puede ser sacudido o quemado por toda la eternidad.
Me he preguntado por qué tenemos tan pocos hombres y mujeres santos en nuestras iglesias y he encontrado por lo menos tres razones. Puede haber más.
Engaño
La primera razón, estoy seguro es la amplia prevalencia del engaño [esto incluye todo tipo de astucias, artimañas, trucos etc.]. El primer paso a la santidad práctica es siempre una liberación de todo engaño e hipocresía.
Ningún hombre puede ser un hombre santo de Dios, si no se esfuerza con todo su corazón eliminar por completo el engaño de su vida. Acerca del remanente representado en Apocalipsis 14: 1-5, se le describe que no tenía engaño alguno. Muy a menudo, hay más engaño en nosotros de lo que pensamos. No hay nadie entre nosotros, si somos honestos, que no tenga que confesar, que muchas veces buscamos dar una mejor impresión de nosotros mismos a los demás de lo que realmente es el caso. Tenemos que deshacernos de este hábito, debemos luchar contra ello constantemente y hacerlo morir, si queremos verdaderamente ser santos. Debemos esforzarnos por ser transparentes y ser conocidos tal como somos en realidad. Sé que esto no es fácil. Es una batalla de toda la vida para estar siempre libre de todo engaño. Pero este es el primer paso, y nunca habrá ningún avivamiento en cualquier lugar sin esto. Solo estamos engañando a nosotros mismos si pensamos que Dios va a responder a nuestras oraciones por avivamiento si no hacemos un esfuerzo determinado para deshacernos del engaño en nuestras vidas.
Es la astucia que obstaculiza la comunión cristiana sincera también. Con demasiada frecuencia, los rencores ocultos y un espíritu de no perdonar están encubiertos en los corazones de los líderes y misioneros cristianos. Debajo de una fachada exterior agradable de espiritualidad están estos males sucios del infierno. Estos deben ser expuestos y abandonados, si queremos ser santos hombres de Dios.
El engaño y la hipocresía eran los pecados que Jesús condenó más que cualquier otro. “Cuidado”, les dijo a sus discípulos, “de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía.” Cuando este pecado apareció en la iglesia primitiva, Dios trató con este de una manera drástica. Inmediatamente mató a la pareja involucrada, para que toda la masa no fuera leudada por este poco de levadura (Hechos 5).
A menudo he leído y meditado en el testimonio de Jesús acerca de Nathaniel, „He aquí un hombre en quien no hay engaño‟; y me he preguntado si hay algún mayor elogio que podríamos desear que este. Tenemos que preguntarnos si Dios puede decir lo mismo de nosotros. Por desgracia muchas veces no puede, pues Él ve en nosotros los pecados que hemos cuidadosamente escondido de los ojos de nuestros semejantes.
De hecho, bendecido es el hombre en quien no hay engaño.
Falta de disciplina
Una segunda razón para la falta de santidad hoy en día es que no nos disciplinamos rígidamente. El Nuevo Testamento pone gran énfasis en la disciplina de nuestros miembros corporales, en especial, el oído, los ojos y la lengua. En Romanos 8:13, Pablo dice que no podemos disfrutar de la vida espiritual si no hacemos morir las obras de la carne a través del poder del Espíritu. En 1 Corintios 9:27, nos dice Pablo de cuan seriamente disciplinaba a su propio cuerpo. No importa la experiencia de santificación que podemos haber tenido en el pasado, todavía tenemos que disciplinar a nuestros miembros corporales, tal como Pablo lo hizo, hasta el final de nuestras vidas, si queremos ser santos.
Debemos ser disciplinados sobre el tipo de conversación a la que prestamos oído. No podemos pasar nuestro tiempo escuchando el chisme y la calumnia y luego esperar que nuestros oídos estarán en sintonía para escuchar la voz de Dios.
Nuestros ojos necesitan ser disciplinados en lo que están permitidos a ver y leer, especialmente en estos días. Más de un misionero y servidor de Dios ha caído en la inmoralidad porque él no controlaba habitualmente sus ojos. ¿Cuántos más están cayendo constantemente en su vida de pensamiento, a causa de la falta de disciplina en esta área? “Aparta mis ojos, que no vean la vanidad,” debe ser nuestra oración constante (Sal. 119: 37).
Nuestras lenguas también necesitan estar bajo el control del Espíritu Santo. Quizás no hay mayor esparcidor de muerte espiritual en la Iglesia Cristiana que la lengua humana. Cuando Isaías vio la santidad de Dios, fue condenado principalmente por la forma en que había estado utilizando su lengua. Al parecer, no se había dado cuenta de esto hasta que se vio a sí mismo a la luz de Dios.
El Señor le dijo a Jeremías que podría ser el portavoz de Dios solo si era cuidadoso acerca de la forma en que utilizaba su lengua, si es que separaba en su conversación lo carente de valor de lo precioso ( Jer 15:19).
Estos profetas no podían permitirse ser descuidados sobre la forma en que utilizaban su lengua, o hubieran perdido el privilegio de ser portavoces de Dios. No pudieron permitirse conversación suelta, charla ociosa, el chisme, la calumnia y la crítica sin sufrir consecuencias. De ese modo hubieran perdido su vocación. Esto podría ser una de las razones por la que tenemos muy pocos profetas hoy en día.
Watchman Nee ha dicho en su libro “El obrero cristiano normal”, “Si un obrero cristiano habla imprudentemente, sobre cualquier tipo de cosas, ¿cómo puede esperar ser utilizado por el Señor en la predicación de Su Palabra? Si Dios alguna vez ha puesto su palabra en nuestros labios, entonces la obligación solemne está sobre nosotros para proteger estos labios para Su servicio solamente. No podemos ofrecer un miembro de nuestro cuerpo para Su uso un día y al día siguiente tomarlo de nuevo para ser usado a nuestra propia discreción. Todo lo que una vez fue presentado a Él, eternamente Suyo es “.
Al igual que en la física del cuerpo, un médico puede evaluar nuestro estado de salud mirando nuestras lenguas; de la misma manera, en el reino espiritual, Santiago nos dice que la forma en que un hombre usa su lengua es una prueba de su espiritualidad (Sant. 1:26). Él se atreve a afirmar que si un hombre puede controlar su lengua es un hombre perfecto (Sant. 3: 2).
No hay tiempo para Dios
Una tercera razón para la falta general de la santidad en nuestros días es el hecho de que no pasamos suficiente tiempo a solas con Dios. Ningún hombre puede ser santo a menos que determine que lo más importante en su vida es pasar tiempo en el lugar santísimo con Dios. Esta es nuestra más alta prioridad.
El rostro de Moisés brilló, pero fue sólo después de haber pasado cuarenta días a solas en el monte con Dios. Era un hombre santo de Dios porque lo conocía cara a cara. Así pasó con Eliseo. Podía referirse a Dios como “Jehová en cuya presencia estoy” (2 Reyes 3:14; 5:16). Él sabía lo que era conocer a Dios, frecuentemente cara a cara lo conoció y esto fue lo que le hizo santo.
En nuestros días, las cosas se mueven a nuestro alrededor a un ritmo tremendo de tal manera que podemos ser fácilmente atrapados en todo tipo de actividades y terminamos con no tener tiempo para estar a solas con Dios. Es Así que el diablo nos quita nuestra vitalidad espiritual. Él nos hace poner tanto énfasis sobre las actividades y reuniones de manera que el Lugar Santo es descuidado.
Siempre ha sido un reto para mi leer acerca de los momentos cuando Jesús se alejó de los hombres para estar a solas con su Padre. Una vez al final de un día después de predicar y ministrar a las necesidades físicas de miles de personas, se fue a una montaña para tener un tiempo a solas con su Padre (Mat. 14:23). En otra ocasión, después de haber trabajado sanando a los enfermos hasta horas avanzadas de la noche, se levantó temprano y fue a un lugar desierto para orar (Marcos 1:35). Este es el ejemplo que nos ha dado el Hijo de Dios que se mostró más ocupado de lo que cualquiera de nosotros podría estar. ¿Quién de nosotros se atrevería a decir a la luz de esto que podamos mantenernos firmes sin pasar largas horas en la presencia de Dios?
Debido a que Eliseo sabía lo que era estar con frecuencia de pie delante de su Dios también sabía cómo reprender el pecado sin temor. Le dijo al rey de Israel, sin temor, exactamente lo que Dios pensaba de él. Se enfrentó incluso a su propio compañero de trabajo Giezi, por su pecado, cuando este cayó presa de la codicia. Y Eliseo hizo esto sin tratar de ser discreto o diplomático.
Sin duda, hay un lugar para la diplomacia y para tener tacto, pero hay también momentos en los que se necesita reprender el pecado de manera fiel y sin miedo alguno. ¿Por qué es que hay tan pocos entre nosotros que hablan en contra del pecado, la mundanalidad y el compromiso en los círculos cristianos, males que están tan extendidos en nuestros días? Me temo que la razón es que buscamos la alabanza de los hombres y por lo tanto no deseamos ofender a nadie. Tal deseo carnal, a su vez, viene invariablemente por el hecho de que pasamos muy poco tiempo en la presencia de Dios, aprendiendo a temerle a Él.
Es esencial, si queremos ser profetas de Dios, que hablemos en contra de todo compromiso que no está bajo las normas que Dios ha establecido en su palabra, y que estemos en contra de todo lo que Dios está en contra. Vamos a tener que tomar este puesto no sólo como individuos sino también como un cuerpo de creyentes. Si nosotros, como un cuerpo de evangélicos no hablamos con una voz profética en el día de hoy, estaremos fallando en nuestra responsabilidad ante de Dios.
Hablando con una voz profética contra todo lo que impide alcanzar el más alto propósito de Dios para Su Iglesia, tal vez puede reducir nuestros números, pero Dios siempre ha estado más interesado en la calidad que en la cantidad. No tenemos que ampliar el camino estrecho que Dios mismo así lo ha preparado.
Los profetas de la antigüedad siempre fueron mal interpretados y rechazados por los hombres de su tiempo, y el mismo destino le espera a cualquiera que desea ser un profeta hoy. Pero podemos recibir ánimo por medio de las siguientes palabras sabías de A.B. Simpson, ese gran hombre de Dios, que fundó la Alianza Cristiana y Misionera. Él dijo: “La verdadera medida del valor de un hombre no es siempre el número de sus amigos, sino a veces el número de sus enemigos. Todo hombre que vive diferente en su tiempo, seguramente será mal interpretado y, a menudo perseguido. Por lo tanto, debemos esperar también el ser impopulares, a menudo estar parados solos. Incluso seremos calumniados, tal vez atacados amargamente y falsamente, y conducidos `fuera del campamento‟, incluso del mundo religioso“.
Dios está buscando hoy en día no sólo predicadores, sino profetas quienes fielmente pronuncien Su Palabra, al igual que los profetas de la antigüedad, hombres de los cuales se pueda decir como se dijo de Eliseo, “La palabra del Señor está con él.” (2 Reyes 3:12).
Pero no hay camino corto a tal ministerio. Los profetas no se hacen en cuestión de momentos como café instantáneo. Ellos tampoco son producidos por la mera formación en el seminario. Debemos saber que esto significa esperar largas horas en la presencia de Dios mirando su gloria, escuchando su voz y siendo transformados a Su semejanza.
Sí, primero debemos ser santos antes de que podamos ser profetas.
Orar por un avivamiento
Hermanos y hermanas, antes de continuar orando por un avivamiento, tenemos que preguntarnos primero si estamos dispuestos a pagar el precio que implica ser hombres y mujeres santos de Dios.
A menudo, cuando oramos, me temo, que Dios tiene que decirnos que paremos de orar. Sí, hay momentos en que Dios no quiere que sus hijos oren. Él le dijo a Josué una vez: “No ores Josué. Estás perdiendo tu tiempo.” Y hasta que Josué se levantó y descubrió el Pecado de Acán públicamente y arregló las cosas en el campamento de Israel, Dios se negó a escuchar sus oraciones (Josué. 7:16-13).
Y así tenemos que preguntarnos cuando nos acercamos al trono de la gracia, si Dios está escuchando. Tal vez no está escuchando. Posiblemente todavía no hemos resuelto los asuntos con aquel hermano con quien la comunión se había roto. Seguimos mostrando preferencia de los ricos e influyentes en nuestras congregaciones y nos negamos a confrontarlos con sus pecados. Todavía no nos hemos humillado y confesado la farsa y la pretensión que existe en nuestras vidas. Nuestras lenguas todavía no son controladas. Raras veces nos encontramos en el lugar santísimo. Nuestros corazones todavía no han llegado al punto de anhelar ser hombres y mujeres santos de Dios a cualquier precio. ¿De qué valor son nuestras oraciones, entonces? Porque, después de todo, ante Dios es sólo la oración eficaz del justo la que puede mucho. (Santiago 5:16).
Que el Señor escudriñe nuestros corazones.
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3. Un servidor
“Dijo Josafat: ¿No hay aquí un profeta del Señor para que consultemos al Señor por él? Y uno de los siervos del rey de Israel respondió y dijo: Aquí está Eliseo hijo de Safat, que vertía agua en las manos de Elías” (2 Reyes 3:11).
Eliseo se conoce aquí como el que vertía agua para que Elías se lavase las manos, o, en otras palabras, aquel que lleva a cabo las funciones de un sirviente.
Esto ciertamente no sería una forma complementaria para introducir a un profeta de Dios de acuerdo con los estándares del siglo 21. Muchos predicadores hoy se sentirían ofendidos si fueran presentados así a la audiencia.
Eliseo había hecho muchas otras cosas además de verter agua para que alguien se lave las manos. Él había dividido en dos las aguas del rio Jordán y había curado una plaga causada por el agua en Jericó. Estos eran, de hecho, milagros notables. Sin embargo, él aquí es introducido como un sirviente. Y tampoco creo que le importaba que se le diera ese título. Su ministerio como sirviente de Elías debe haber sido tan evidente que esta era la impresión que los demás retenían en sus mentes acerca de él. Por lo tanto, el siervo del rey aquí se refiere a Eliseo como un vertedor de agua.
Hermanos y hermanas, esto es lo que estamos llamados a ser también: siervos de los demás. Jesús mismo era uno que vertió agua y lavó los pies de sus discípulos. Él dijo: “No he venido a ser servido, sino para servir” (Mateo 20:28). Le dijo a los que codiciaban lugares de liderazgo en la tierra y en el cielo, que Su reino sería diferente de los reinos terrenales, y que los que deseaban ser el primero en Su reino tendrían que ser servidores de los demás.
Cada siervo del Señor debe ser un sirviente de los hombres, o de lo contrario pierde el honor de ser un siervo de Dios.
Hay dos cosas que se me ocurren que son contrarias a la naturaleza de un sirviente. Uno de ellos es el deseo de ser conocido y famoso. La otra es una actitud mandona hacia los demás. Vemos lo contrario de estos dos comportamientos en nuestro Señor Jesús:
“Se despojó a si mismo... tomando forma de siervo” (Fil. 2: 7).
Consideremos estas dos características.
El deseo de reconocimiento
Es posible que hayamos sido librados del deseo de ser grandes y famosos en el mundo, pero es posible que en secreto todavía deseamos ser conocidos y aceptados en los círculos evangélicos. Tal vez se trata de un deseo de ser conocido como un evangelista o como un maestro de la Biblia excepcional. O puede ser que queremos que los demás nos conozcan porque siempre son bendecidos por medio de nuestra predicación. O tal vez es el deseo de ser conocido como el superintendente de una denominación o misión progresiva. Sea lo que sea, todos estos anhelos son contrarios al espíritu de Jesús. Muchas veces es por la razón de tales deseos carnales, todavía escondidos en nuestro corazón, que Dios está impedido de dejar fluir Su plenitud en nosotros y a través de nosotros a los demás.
Es un triste hecho que, en los círculos cristianos hoy en día, hay una moda no saludable de tener popularidad. Y esto ha dado el golpe de muerte a la poca espiritualidad que poseíamos. Esta enfermedad está tan extendida que, si no estamos en alerta constante y luchando en contra de ella, todos podemos ser infectados por ella sin darnos cuenta.
Líderes y predicadores cristianos de nuestros días ya no son como Pablo, la suciedad y la basura del mundo (1 Cor. 4:13). Son más bien como estrellas de cine y personalidades. Son entrevistados, fotografiados, exaltados hasta los cielos y glorificados. Y lo que es peor, muchos de estos hombres (que deben todo solamente a la gracia de Dios), ¡les encanta que sea Así! A ellos les gusta ser reconocidos como líderes en la cristiandad. Es cierto que no podemos evitar que otros informen acerca de nosotros y nuestra labor. Pero que Dios nos libre de tener cualquier anhelo secreto de dicha publicidad. Que podamos ser liberados de cualquier deseo de ser conocidos aparte de algo más que sirvientes, los que vierten el agua para otros.
Jesús mismo rechazó la popularidad. Cuando la gente de su época quería hacerle rey, él los evitó y se puso a solas con su Padre. No quería el aplauso de los hombres. No quería ser un VIP en esta tierra (Juan 6:15). Él, quien era la expresión perfecta de la gloria del Padre aquí, se escondió de ellos y evitó la fama y el honor terrenal. ¡Cuánto más nosotros los mortales debemos hacer lo mismo! El verdadero siervo del Señor seguirá los pasos de su Maestro.
Aparte de la moda de popularidad, me parece que hay también un deseo de las estadísticas en la cristiandad hoy en día. Al igual que los cazadores de cabezas de la antigüedad que contaban los cueros cabelludos, muchos evangelistas de hoy en día se han convertido en esclavos del deseo carnal de contar cabezas y manos, y luego, a jactarse (aunque sutilmente) sobre estos números. El diablo ve este deseo en nosotros y juega con él para llevarnos por mal camino.
Un ejemplo ilustrará lo que quiero decir. En cierta parte de la India, reuniones evangélicas se llevaron a cabo una vez un evangelista muy conocido fue invitado a predicar. Muchos levantaron sus manos y firmaron tarjetas de decisión. Estas estadísticas fueron publicadas en muchas partes del país y la gente alabó a Dios por el “avivamiento” que había empezado. Un año más tarde, me encontré con la persona que fue responsable del seguimiento de estos “convertidos”, y yo le pregunté cómo eran las cosas. Dijo que no había casi ningún cambio en el estado general de las iglesias y que toda la gente que había visitado parecía estar en el mismo estado que antes. Se había producido una experiencia emocional, sin duda, durante las reuniones, pero ningún cambio permanente. ¡Algunas personas aparentemente habían levantado la mano a fin de no defraudar al predicador que había venido desde tan lejos para predicarles! Otros habían levantado la mano esperando con eso establecer un contacto más íntimo con este predicador “famoso” más adelante, diciéndole que habían sido salvados en sus reuniones. ¡Otros habían pasado adelante simplemente para echar un vistazo de más cerca al evangelista! Esa fue la historia atrás de este maravilloso “avivamiento” y esto es un hecho, no ficción.
Hermanos y hermanas, se trata de un ejemplo perfecto de lo que yo llamaría “éxito aparente.” El Diablo lo utilizó para engañar a muchos. Casi nadie se había salvado, casi nadie fue hecho más santo y, sin embargo, el evangelista y el comité organizador se regocijaron de un “maravilloso avance para Dios” en esa zona. Si en esta serie de reuniones, nadie hubiera levantado las manos o firmado tarjetas de decisión, el predicador y el comité organizador quizás se habrían sentido tan humillados que hubieran podido buscar el rostro de Dios en oración y con ayuno, y luego un verdadero valor espiritual habría sido logrado. Pero el diablo eficazmente evitó que esto sucediera al mantener a todos contentos con el aparente éxito. Logró que todo el mundo piense que cientos de almas habían sido liberadas de sus garras, cuando en realidad, no habían sido libradas.
El diablo está engañando también a muchos con aparentes avivamientos entre los creyentes. La gente viene al altar y llora y clama, pero sin ceder su voluntad y vida a Dios. Algunos otros vienen al predicador y le dicen qué bendición sus mensajes eran para ellos. El predicador se va, secretamente encantado de que él también es un evangelista como Wesley y Finney, y comparte la noticia del “avivamiento” con los demás, con el pretexto de querer que ellos alaben a Dios, cuando lo único que realmente le interesa es que los demás sepan cómo Dios lo ha utilizado. ¿Acaso se va a un lugar secreto a solas con Dios y para orar por la liberación de las almas a los que ha predicado? No, él piensa que ya están liberados. Por lo tanto se olvida de orar después que las reuniones se han terminado. Él está demasiado ocupado con la publicación del “avivamiento”.
Es así que muchos obreros cristianos están siendo engañados hoy por el enemigo, no porque son liberales en su doctrina, sino porque aman la fama y las estadísticas. El diablo tiene éxito en este tipo de situaciones porque ve este deseo por la fama y la publicidad en los corazones de los predicadores y los miembros de los comités por igual. Él sabe que los evangelistas están dispuestos a mantener su reputación ante los demás como grandes ganadores de almas y que los miembros del comité están ansiosos para que las personas se den cuenta de que su trabajo haya producido mucho fruto. Y por lo tanto él logra sus fines diabólicos.
Lo que se ha dicho anteriormente se aplica por igual a las misiones y denominaciones que también se alegran por las estadísticas.
O que fuéramos más convencidos de nuestra carnalidad en estos asuntos, como era David, cuando contaba los números una vez y se alegró de ellos (2 Sam. 24). Que el Señor nos de la visión para descubrir todo lo que solamente es superficial. Que nos libere del espíritu del mundo de la publicidad, ya que siempre representa la muerte de una obra de Dios. Si no somos libres de tales deseos carnales y la codicia entonces nos daremos cuenta de que el diablo tiene éxito en engañarnos de una manera u otra.
Una de las cosas más difíciles que he encontrado en mi vida es dar un testimonio público. Me resulta más difícil dar un testimonio en público que predicar un sermón. Porque es tan difícil al dar un testimonio, ya sea sobre la vida de uno o acerca de los labores de uno y no tomar algo de la gloria para sí mismo.
Estoy seguro de que ninguno de nosotros se atrevería a tomar toda o la mayor parte de la gloria y el crédito a nosotros mismos. Tal vez tomamos sólo el 5% o 10%. ¡Sin duda, sentimos, que esto no es demasiado para una comisión por todo el trabajo que hemos hecho!
¿Nos debe sorprender entonces cuando “la gloria de Dios se aparta” e “Icabod”[sin gloria] (I Samuel 4:21) debe inscribirse sobre muchas de nuestras iglesias?
Tenemos que temer tocar la gloria de Dios. Nuestro Dios es un Dios celoso y Él no compartirá su gloria, ni siquiera un pequeño porcentaje con otro (Is. 42: 8).
Una vez Pablo fue arrebatado hasta el tercer cielo, pero se mantuvo en silencio sobre eso durante 14 años y lo mencionó sólo cuando fue llamado para defender su apostolado, incluso entonces no dio muchos detalles (2 Co. 12: 2.).
El que ha visto la gloria de Dios siempre ocultará su propia cara como lo hizo Moisés ante la zarza ardiente y como lo hicieron los serafines alrededor del trono de Dios (Éxodo 3:6; Isaías. 6:2). Tal persona no va a querer ser visto o conocido por los hombres. Después de haber visto a Dios en toda su gloria, él tendrá miedo de tocar esa gloria. Esconderá su rostro perpetuamente. No hablará de sí mismo o de sus obras, a menos que sea absolutamente necesario; y cuando lo hace, será en tonos apagados para que ninguno de los créditos sea acreditado a él. Él va a rechazar el deseo carnal para hablar de su dedicación a Dios y de las experiencias maravillosas que ha tenido y de los costosos sacrificios que ha hecho (que a menudo tienen la apariencia de un testimonio), ya sea en una reunión pública o en una revista cristiana.
Otra enfermedad que he encontrado en la cristiandad es una codicia de las posiciones de liderazgo. Cuando estaba en la Marina, encontré a algunos que no claudicaron nada en subirse a los hombros de los demás y pisotear a las personas debajo de ellos, si tan solo pudieran llegar a la cima. Pensé que había visto eso por última vez cuando me fui de las Fuerzas Armadas. Pero yo estaba sorprendido y entristecido, mientras me movía en los círculos cristianos en nuestra tierra, al encontrar exactamente lo mismo, incluso entre los cristianos evangélicos, una codicia y un clamor para tener posiciones. He encontrado a cristianos haciendo planes y campañas para ser superintendentes; y a ancianos y a tesoreros deseosos de llegar a ser miembros de los comités ejecutivos de organizaciones cristianas.
Todo esto es contrario al espíritu de Jesús. El hombre que ha visto la gloria de Dios no se une a la competencia por la fama, ya sea en el mundo o en el ambiente evangélico. Él está demasiado ocupado prosiguiendo hacia la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Él desea sólo verter agua para servir a los demás, barrer el piso y glorificar a su Dios aquí en la tierra.
Recordemos que la grandeza en los ojos del hombre no siempre significa la grandeza en los ojos de Dios. El Dr. A. W. Tozer dijo una vez que después de observar por treinta años la escena religiosa, había llegado la conclusión de que la santidad y el liderazgo en la iglesia ya no eran siempre lo mismo. Esto es cierto también en la India. Los que ocupan los grandes púlpitos de nuestra tierra y que tienen altas posiciones en el ambiente cristiano en muchos casos no son los más grandes santos de Dios. Las joyas más preciosas de Dios se encuentran por lo general entre los pobres y los desconocidos en nuestras iglesias.
Dios quiera que el deseo de nuestro corazón sea grande ante los ojos de Él, como lo fue Juan el Bautista (Lucas 1:15). Había una razón por la que Juan era grande a los ojos de Dios. La pasión de Juan en la vida como lo expresó él mismo, era que Cristo pudiera crecer y que él mismo pudiera menguar (Juan 3:30). Constantemente trató de ser invisible para que Jesús pudiera tener la prominencia.
El corazón de Dios está fijado en esto, que en todas las cosas Cristo tenga la preeminencia (Col. 1:18). Si nuestros corazones también se fijan en esta meta, que nosotros mismos seamos invisibles y que sólo Cristo sea exaltado, entonces seguramente tendremos el poder y la autoridad de Dios detrás de nosotros continuamente.
Es cuando tenemos otros objetivos y motivos egoístas, tal vez otros no se dan cuenta, pero Dios lo sabe; El no puede con toda fidelidad a su Santo Nombre encomendar su poder a nosotros.
Hermanos y hermanas, es sólo a través de hombres y mujeres que tienen el espíritu de Juan el Bautista, que Dios es capaz de construir Su verdadera Iglesia. Hay una Iglesia verdadera y hay una que es falsa, una Jerusalén y una Babilonia, como el Libro de Apocalipsis deja muy en claro. Jerusalén se puede construir sólo por aquellos que menguan a sí mismos y que tienen el espíritu de un sirviente, pero Babilonia puede ser construido por cualquier persona. Jerusalén será por toda la eternidad, pero Babilonia muy pronto será destruido por Dios (Apocalipsis 18:21).
Recuerda como la Torre de Babel (el comienzo de Babilonia) surgió. Los hombres se reunieron y dijeron: “Hagámonos un nombre” (Génesis 11: 4). El rey de Babilonia, años más tarde, habló en el mismo sentido, “¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué... con la fuerza de mi poder y para gloria de mi majestad?” (Dan 4:30).
Cualquier creyente que tiene el mismo deseo de hacerse un nombre para sí mismo y de exaltarse a sí mismo en los ojos de los hombres, posee el espíritu de Babilonia y lo que construye a través de sus obras no puede durar para siempre. Y hermanos, este espíritu, desgraciadamente, se encuentra en los niveles más altos de las iglesias evangélicas.
Éste fue el espíritu que Lucifer tenía. No estaba satisfecho con la posición que Dios le había dado. Él quería ir más alto, y perdió su unción con ese deseo. Una vez fue el querubín ungido, pero terminó como el Diablo. Y no es el único que ha perdido la unción de esta manera.
El Espíritu de Cristo es contrario a todo esto. Aunque era Dios, se humilló a sí mismo y se hizo a sí mismo sin reputación por nuestra causa. Y la Biblia dice: “Haya en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús.” (Fil. 2: 5-8).
Que Dios quite de nuestros corazones todo el deseo de ser conocidos y aceptados por los hombres. No andemos tratando de hacer contactos con el fin de ampliar nuestra influencia y hacernos más conocidos en los círculos evangélicos. No hagamos esfuerzos para que nos inviten a países extranjeros como “prodigios espirituales.”
Si vamos a ser como Jesús, vamos a pasar nuestro tiempo con la gente común, con hombres y mujeres comunes, como lo hizo Jesús, y no buscando cultivar la amistad de líderes evangélicos solamente todo el tiempo. La Biblia nos dice: que seamos unánimes entre nosotros, no altivos, sino asociándonos con los humildes.” (Romanos 12:1ó).
Que Dios nos mantenga de baja estima. El lugar más seguro para estar es al pie de la cruz.
Una actitud mandona
Nuestro Señor era un sirviente, pero por desgracia, los líderes cristianos y misioneros actuales son a menudo jefes y señores. Puede ser que no seamos capaces de evitar que otros nos llamen “Señor”, pero la pregunta es si en nuestros corazones deseamos ser señores o no.
Tenemos que volver a aprender la lección que Jesús trató con tanta paciencia enseñar a sus discípulos: después de lavar sus pies les dijo a ellos, “Los reyes de los gentiles se enseñorean de ellos... mas no así vosotros; antes el que es mayor entre vosotros, sea como el menor; y el que es príncipe, sea como el siervo Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Pero yo soy entre vosotros como el que sirve” (Lucas 22:25-27) Oh, cómo estas palabras deben convencernos de nuestra actitud mandona hacia los menores entre nosotros. ¡Debemos ser humillados por el ejemplo de nuestro Señor! Que el Señor quite de nosotros todas las ideas falsas, mundanas acerca de la autoestima y la dignidad y la superioridad que todavía podamos tener. Que Él nos enseñe de nuevo que la marca verdadera de la grandeza en el reino de Dios es ser un sirviente, un vertedor de agua, como lo fue Jesús.
Que Dios nos ayude a tomar el lugar bajo no sólo ahora, sino hasta el final de nuestras vidas. Nunca queramos el honor y el respeto y la obediencia de nuestros hermanos en cualquier momento, ni siquiera cuando sintamos que somos trabajadores de mucha experiencia en la viña del Señor. En nuestra actitud hacia los demás, que siempre reconozcamos que ellos son los amos y nosotros somos los servidores, incluso si nuestra posición oficial en la organización administrativa de nuestra iglesia es más alta que la de ellos, e incluso si tenemos mayor edad y mayor experiencia. Cuanto más lleguemos, más se eleva nuestra responsabilidad de servir a los demás.
2 Corintios 4:5 es un verso muy difícil en este sentido. Pablo dice que (en mis propias palabras) “Predicamos dos cosas: Por nuestros labios proclamamos a Jesucristo como Señor y por nuestra vida proclamamos a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús”.
Hermanos y hermanas, este es nuestro mensaje de dos caras; y lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. Este es el evangelio completo. Que nunca seamos culpables de anunciar sólo la mitad, porque sólo cuando este mensaje se anuncie en su totalidad los incrédulos comenzarán a ver a Cristo santificado en nosotros. Es la falta de esto que obstaculiza gran parte de la obra del Señor en nuestra tierra hoy.
Si hemos de ser servidores, tenemos que ser verdaderamente humildes. No debemos confundir la condescendencia con la humildad. Es fácil tener condescendencia. Incluso los políticos egoístas lo tienen. Podemos tener una opinión presumida de nosotros mismos en nuestros corazones de que somos grandes personas y luego condescender a tener comunión con personas menos populares y confundir eso con humildad. No, esa no es la humildad.
Humildad genuina implica mi reconocimiento que en los ojos de Dios no hay ninguna diferencia entre los demás y yo. Todas las distinciones naturales que existen entre los demás y yo son causadas por circunstancias y factores ambientales, etc., y están erradicadas en la Cruz. La cruz de Jesús nos reduce a cero. Si no ha sido así en mi vida, sólo indica que todavía no he empezado a considerar a los demás como mejores y superiores a mí mismo, como Filipenses 2:3 nos manda. Cuando hemos sido reducidos a cero, es fácil entonces tomar el lugar bajo, con buena voluntad y con alegría. Y a continuación, resulta fácil que Dios nos use.
Mientras Moisés (a la edad de 40) sentía que iba a ser el líder del pueblo de Dios, Dios no lo podía utilizar (Hechos 7:25). Dios tuvo que llevarlo al desierto por 40 años más y quebrantarlo. Finalmente, Moisés llegó al lugar donde dijo, “Señor, yo no soy el hombre para este trabajo, no soy apto, ni puedo hablar”; y lo decía sinceramente, no fue humildad falsa como muchas veces lo es con las personas que dicen tales cosas. Fue entonces que Dios lo podía utilizar, porque Moisés había llegado al fin de sí mismo. A la edad de 40, en su propia fuerza, todo lo que Moisés podía hacer era enterrar a un egipcio bajo la arena. Después de que Dios le había quebrantado, enterró todo el ejército egipcio bajo el Mar Rojo. Tal es el resultado del quebrantamiento.
No es suficiente que el Señor tome los cinco panes y los bendiga. Ellos tienen que ser quebrantados antes de que la multitud pueda ser alimentada. Este es un proceso que tiene que ser repetido en nuestras vidas constantemente. Dios nos toma, nos bendice, nos quebranta y nos usa. A continuación, tenemos la tendencia de sentirnos exaltados porque habíamos sido utilizados para alimentar a tantas personas. Así es que tiene que quebrantarnos de nuevo. Y este proceso continúa durante toda la vida.
¡Cómo tenemos que anhelar este quebrantamiento! ¡Cuando un átomo pequeño se rompe, qué poder se libera! Qué poder podría ser soltado en nuestra tierra si sólo los líderes en nuestras iglesias y luego las congregaciones se quebrantaran delante de Dios.
La marca distintiva
En estos días de la falsificación, cuando lo falso se parece tanto a la verdad, a menudo me he preguntado a mí mismo cual es la marca distintiva del verdadero siervo de Dios.
¿Es el poder de hacer milagros? No. Los demonios pueden hacer milagros. ¿Es la capacidad de hablar en lenguas? No. Los demonios pueden copiar eso también. No es nada de esto.
He llegado a la conclusión de que es el espíritu de la cruz es el que marca al verdadero seguidor de Jesús. El verdadero siervo del Señor es aquel que ha aceptado la cruz en su vida, una cruz que ha matado su autoestima, su confianza en sí mismo, y todo lo demás acerca de si mismo, que lo ha reducido a un inútil. Ésta es la única indicación clara por la cual podemos distinguir a la persona que está realmente sirviendo al Señor de la que está sirviéndose a sí misma. Otras evidencias pueden ser engañosas.
Reproducimos conforme a nuestra especie
¿Estamos siendo molestados por personas difíciles en nuestras iglesias hoy en día, por ancianos y diáconos mandones? ¿No será que estamos cosechando el fruto de lo que hemos sembrado a través de los años, y que estamos reproduciendo exactamente a nuestra semejanza? El orgullo que teníamos (y todavía tenemos) en nuestros corazones ahora se está haciendo evidente en la vida de nuestro producto espiritual. Esto no debe sorprendernos, ¿verdad?
Y así, cuando clamamos: “Señor, envía un avivamiento,” la Palabra del Señor para nosotros es: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual es invocado mi nombre, y oraren,... entonces yo oiré desde los cielos... y sanaré su tierra” (2 Cron. 7:14). Oh, cómo nuestra tierra necesita sanidad. No digamos que Dios está retrasando el avivamiento. El obstáculo se encuentra en nosotros, hermanos.
Que Dios encuentre entre nosotros aquellos que están dispuestos a ser servidores y vertedores de agua.
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4. Un hombre ungido
“Alzó luego el manto de Elías que se le había caído, y volvió, y se paró a la orilla del Jordán. Y tomando el manto de Elías que se le había caído, golpeó las aguas, y dijo: ¿Dónde está Jehová, el Dios de Elías? Y Así que hubo golpeado del mismo modo las aguas, se apartaron a uno y a otro lado, y pasó Eliseo. Viendo los hijos de los profetas que estaban en Jericó al otro lado, dijeron: “El Espíritu de Elías reposa sobre Eliseo. Y vinieron a recibirle, y se postraron delante de él. ” (2 Reyes 2:13-15).
Estos hijos de los profetas no eran gente crédula. Eran estudiantes de las Escrituras y conocían bien su Biblia, y así que sabían lo que significaba ser un hombre ungido. Reconocieron que Eliseo era realmente uno de esos hombres - uno sobre quien el Espíritu de Dios descansó.
El reconocimiento de este hecho no vino de escuchar un sermón predicado por Eliseo o cualquier testimonio espectacular que él había dado de su experiencia. No. Fue cuando vieron el poder presente en su vida, cuando lo vieron dividiendo el Jordán tal como Elías lo había hecho, que llegaron a la conclusión de que fue ungido de verdad.
La unción del Espíritu Santo es absolutamente esencial si queremos cumplir toda la voluntad de Dios en nuestro servicio para él. No es suficiente que el Espíritu de Dios more en nosotros. Tenemos que conocer Su poder descansando sobre nosotros. Incluso Jesús mismo tenía que ser ungido antes de que pudiera salir a cumplir con su ministerio terrenal (Mateo 3:1ó; Hechos 10:38).
Si nuestro trabajo para el Señor sigue simplemente porque hemos logrado hacer algunos contactos adecuados en los Estados Unidos y, por tanto, tenemos suficiente dinero para ir y predicar el Evangelio y para pagar a evangelistas contratados, entonces estamos perdiendo nuestro tiempo. De hecho, si hay explicación terrenal para nuestro ministerio, mejor cerramos nuestro trabajo cristiano y nos vinculamos con algún empleo secular, porque nuestro trabajo no puede lograr nada para el reino de Dios. Nuestro ministerio debe tener tal característica que no haya explicación acerca de cómo puede seguir adelante si no es por el poder del Espíritu Santo. Este es el único tipo de servicio que es aceptable para Dios.
Hay una gran confusión entre los creyentes de hoy con respecto a la prueba verdadera de la unción del Espíritu Santo. Pero queda en claro por medio de este incidente en la vida de Eliseo que la evidencia inequivocable de la unción es el poder. Otras evidencias pueden ser engañosas, pero esta no.
No debemos confundir la elocuencia, la exuberancia emocional o algún ruido como evidencias de la unción. No, no es ninguno de estos, sino el poder solamente. “Era el poder que Jesús mismo recibió cuando fue ungido” (Hechos 10:38). Y era el poder, del cual Jesús habló a sus discípulos, el que recibirían cuando fueren ungidos: “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo” (Hechos 1:8). No podía ser más claro que eso, ¿verdad? Ni lenguas, ni emociones, sino el poder.
Cuando Pablo escribió a los cristianos en Corinto, que estaban confundiendo el hablar en lenguas con el poder del Espíritu Santo, dijo, “Pero iré pronto a vosotros, si el Señor quiere, y conoceré, no las palabras, sino el poder de los que andan envanecidos. Porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder” (1 Cor. 4:19, 20).
Y así, hermanos y hermanas, que nunca debemos estar satisfechos con el hecho de que podemos hablar bien o que tenemos un testimonio maravilloso para compartir. La pregunta que debemos hacernos es: tenemos el poder del Espíritu Santo o no? Sermones bien preparados no son un sustituto para la unción, tampoco una personalidad dinámica o un testimonio espectacular es un sustituto para el poder del Espíritu Santo.
Se vuelve demasiado fácil para nosotros en un tiempo de avances científicos el depender de aparatos y máquinas electrónicas y varios tipos de medios audiovisuales, en lugar de depender del Espíritu Santo. Cuando los inventos de la ciencia pueden ser utilizados para la propagación del Evangelio, ciertamente podemos hacer uso de ellos. Pero tenemos que tener cuidado, para que no cambie gradualmente e inconscientemente nuestra dependencia del Espíritu Santo de Dios a una dependencia a estas cosas materiales.
Es bastante fácil de averiguar dónde se encuentra nuestra dependencia. Si es que estamos dependiendo del Espíritu Santo, entonces nos vamos a Dios una y otra vez en la oración, reconociendo nuestra absoluta impotencia sin Él. ¿Hacemos eso? No estoy preguntando si vamos a través de un proceso que llamamos “oración” para aliviar nuestra conciencia. Lo que quiero decir es: ¿Nos echamos delante de Dios para buscar su rostro con fervor (con ayuno si es necesario) hasta que estemos seguros de que su Espíritu en verdad mora en nosotros con poder para el servicio al que Él nos ha llamado? ¡Y esto no es una experiencia de una sola vez en toda la vida!
Si no son aparatos, entonces tal vez nuestra dependencia puede ser del dinero. Me han dicho que, en un determinado grupo evangélico en nuestra tierra, hay una competencia entre los obreros para ver quién puede recoger la mayor cantidad de fondos. Cuando una organización cristiana degenera a ese nivel, se hace evidente cuales son las cosas más esenciales en su trabajo. Se revela de qué están dependiendo. El dinero es lo más importante, y por eso piden y ruegan a la gente en las reuniones públicas por dinero, antes de predicar el Evangelio a ellos. ¡Qué lástima! ¿Puede alguien imaginar a Jesús haciendo eso? Y, sin embargo, dicen que están representándole a Él.
Si tales personas pasaran la mitad del tiempo que pasan pidiendo dinero, en clamar a Dios por el poder del Espíritu Santo, infinitamente más se lograría a través de sus labores.
Permítanme sugerir una pregunta que nos podemos hacer para probar si la dependencia es del dinero o en la unción del Espíritu. ¿Estaríamos del mismo modo perturbados si Dios quita la unción de nuestras vidas, o si los que nos sostienen cortaren su apoyo financiero?
Por desgracia, muchas veces nos encontramos con más ansiedad por comprobar si hemos recibido nuestro salario mensual completo, que por verificar si el aceite de la unción de Dios está sobre nosotros o no. ¿Por qué es esto Así? Porque pensamos que el trabajo cristiano puede continuar sin la unción, pero no sin dinero. Ya sea que lo digamos o no, nuestras acciones revelan nuestros pensamientos más íntimos.
Cuando nos comparamos con la iglesia primitiva, ¿qué vemos? No tenían aparatos para ayudarles a predicar el Evangelio, no tenían hombres de negocios ricos que los respaldaran financieramente y no tuvieron aceptación en los círculos sociales. Pero, sin embargo, lograron grandes cosas para Dios, porque tenían la única cosa que era esencial, sin la cual todo lo demás no tiene valor. Tenían la unción del Espíritu Santo. Por lo tanto, tuvieron éxito donde nosotros muchas veces fallamos.
La unción del Espíritu Santo es la necesidad más desesperada de la Iglesia cristiana y de los líderes cristianos de hoy. Y me refiero a la verdadera unción que trae el poder, no una falsificación barata con que muchos están satisfechos y jactándose.
El trabajo de Dios, Su trabajo verdadero se sigue haciendo, como en la antigüedad, no por la potencia electrónica ni por el poder económico, sino por el poder de Su Espíritu Santo (Zac. 4:6).
Discernimiento
Ya he mencionado algunas de las formas sutiles con las que Satanás está tratando de engañar a los obreros cristianos. Sus engaños parecen estar en aumento a medida que el regreso de nuestro Señor se acerca. En este tiempo, es esencial que tengamos (especialmente aquellos en posiciones de liderazgo en la Iglesia de Jesucristo) el don de discernimiento, para distinguir lo que es verdaderamente de Dios, distinguir entre lo verdadero y lo falso, y también para saber cuál es el más alto propósito de Dios para Su Iglesia.
Sin embargo, el discernimiento y la visión espiritual vienen solamente a través de la unción del Espíritu Santo. Esto no viene a través de la astucia humana o inteligencia o incluso a través de la enseñanza en un seminario. Se ha agradado al Padre ocultar estas cosas a los sabios y a los prudentes y revelarlas a los pequeños, es decir a aquellos que dependen de Él sin poder hacer nada, reconociendo: “Señor, aunque somos inteligentes en muchas cosas somos tontos cuando se trata de asuntos espirituales”.
Jeremías, en su día, tuvo el discernimiento para ver más allá del avivamiento superficial que tuvo lugar en Judá durante el reinado de Josías profetizando que Dios enviaría a su pueblo al exilio en Babilonia. Ezequiel, de manera similar, fue capaz de ver las verdaderas razones por las que Dios tuvo que enviar a su pueblo a la cautividad de Babilonia. La razón por la que estos hombres eran capaces de ver lo que los otros predicadores profesionales de su época no podían ver, era sólo esto: Jeremías y Ezequiel tuvieron la unción de Dios sobre ellos.
Con muy pocas excepciones, las condiciones en la mayoría de las iglesias de hoy son exactamente iguales a las condiciones que prevalecían en el medio del pueblo de Dios en los días de la cautividad de Babilonia. Necesitamos hombres de visión espiritual en este día; y si los líderes entre el pueblo de Dios carecen de la visión espiritual en esta hora crucial, el pueblo, sin duda, se desenfrena (Prov. 29:18).
¡Oh cuán desesperadamente necesitamos la unción del Espíritu Santo! De hecho, es lo esencial supremo para nuestra obra en la viña del Señor.
El Nombre de Jesús
Leemos que Eliseo golpeó las aguas del Jordán con el manto de Elías. Si tenemos en cuenta que Elías aquí como un tipo de Cristo, fue llevado al cielo y Eliseo como un tipo de la Iglesia, dejado atrás en la tierra para continuar su ministerio. Luego el manto de Elías debe ser una imagen del Nombre del Señor Jesucristo, que Él ha entregado a su Iglesia. Jesús nos ha dado la autoridad de usar Su nombre para remover obstáculos de nuestro camino, tal como Eliseo usó el manto para hacer un camino a través del rio Jordán.
Sin embargo, no es sólo una cuestión de repetir el Nombre como si se tratara de un tipo de encantamiento mágico. Muchos utilizan Su nombre de esa manera, pero no pasa nada. No hay ninguna manifestación de poder y no remueve las montañas que bloquean el camino.
Giezi una vez que tomó el bastón de Eliseo y bajo las instrucciones de Eliseo, lo puso sobre un niño muerto. También podría haber gritado en ese momento con autoridad, “En el nombre del Dios de Abraham, Isaac y Jacob, levántate de entre los muertos”. Pero nada pasó.
Dios no sólo escucha las palabras que un hombre dice. Él mira su corazón. El poder de las palabras depende del tipo de hombre que las utiliza. Dios sabía que el corazón de Giezi no estaba inclinado para la gloria de Dios, sino hacia el mundo y el beneficio personal.
El corazón de Eliseo era diferente. Él buscó la gloria de Dios solamente y por eso, Dios podía entregar Su autoridad a él. Y Así fue que, cuando Eliseo oró, el niño muerto se levantó de inmediato. Cuando golpeó las aguas del Jordán con el manto, estas se separaron en dos.
He conocido a personas que usan el Nombre de Jesús y siguen repitiéndolo (a veces a gritos), pero no pasa nada. Me hacen recordar de los profetas de Baal, que gritaban y gritaban en el Monte Carmelo. El reino de Dios no se manifiesta en solo palabras (no importa cuán fuerte o con cuanta autoridad las dice), sino por el poder. Si Eliseo no había sido un hombre ungido, podría haber golpeado las aguas tan duro como podía con el manto, pero nada hubiera sucedido. ¡Hubiera sido sólo una pérdida de tiempo y energía! La unción del Espíritu es de hecho esencial si queremos utilizar el Nombre de Jesús con poder verdadero.
En Hechos capítulo 3, encontramos a Pedro usando el Nombre de Jesús; y se manifestó el poder de Dios. El cojo empezó a caminar. Era tan obviamente un milagro que nadie tuvo que ir por ahí mostrando a la gente los informes médicos del hombre con el fin de convencerlos de que había sido sanado. No había nada incierto de ese milagro. No quedaba ninguna duda en la mente de nadie si un milagro había ocurrido o no, como suele ser el caso con los “milagros” hechos por algunos “sanadores” de nuestro tiempo.
Encontramos a través de todo el libro de los Hechos a los discípulos utilizando el Nombre de Jesús una y otra vez para eliminar todos los obstáculos que venían a estorbar el cumplimiento de los propósitos de Dios. Ellos realmente conocían la unción. Y por eso los Hechos de los Apóstoles terminan con las palabras, “sin impedimento”. Las puertas del infierno no podían hacer frente a una iglesia tan poderosa.
Poder de la Resurrección
Eliseo dividiendo el Jordán, es un símbolo de un ministerio de vida que conquista y vence a la muerte espiritual. Las aguas del Jordán, en la Biblia, son un símbolo de la muerte. Y la separación de las aguas, es un símbolo de triunfo sobre la muerte.
En el ministerio de Eliseo, desde este punto en adelante, lo encontramos una y otra vez produciendo vida de la muerte. En Jericó, el trajo la vida a la tierra estéril. En Sunem, trajo la vida al útero de una mujer estéril. Más tarde, dio vida a un niño muerto. Una vez trajo la vida a una olla que contenía comida mortal. El ministró vida al cuerpo moribundo de un general leproso.
El poder de Eliseo nunca se desvaneció. Incluso después de que él estaba muerto y enterrado y su cuerpo se había desintegrado, cuando un hombre muerto fue arrojado a la misma tumba, ¡el muerto se levantó! Este era el ministerio de Eliseo transformando la muerte en vida doquiera que iba. Este fue un resultado directo de estar ungido.
Este es el tipo de poder que la unción del Espíritu Santo trae poder para traer vida de la muerte, poder de la resurrección. Esto es la única prueba inequívoca de la unción. Leemos de este poder a menudo en el Nuevo Testamento. Pablo escribiendo a los cristianos de Éfeso, dice que su oración por ellos es que puedan conocer este poder. Pablo sigue diciendo que la mayor manifestación del poder de Dios no era en la creación ni en los milagros registrados en la Biblia, si no en la resurrección de Cristo de entre los muertos (Ef. 1: 19-23). Escribiendo a los cristianos de Filipos, Pablo les dice que su deseo es que él pueda saber más de este poder de la resurrección (Filipenses 3:10).
Estoy convencido, éste es el poder del que Jesús habló a sus discípulos que recibirían cuando el Espíritu Santo viniera sobre ellos (Hechos 1: 8) – poder de la resurrección, el poder de traer vida a la muerte espiritual. Y Dios desea comunicar esto a nosotros también.
Esto, hermanos y hermanas, es la marca de la unción. No es una experiencia, no es algo enunciado, si no el poder de traer la vida espiritual a la muerte donde quiera que vayamos. ¿Está nuestro ministerio logrando esto? Esta es la prueba de fuego si tenemos la unción o no.
Por desgracia, demasiadas veces los cristianos, en lugar de ministrar vida están ministrando muerte. Los incrédulos en nuestra tierra son muchas veces conducidos lejos del Señor en lugar de ser acercados a Él, a causa de las disputas y peleas, la falta de integridad y otros hábitos no semejantes a Cristo que ven en la vida de aquellos que profesan ser cristianos nacidos de nuevo. ¡Cómo tenemos que humillarnos ante Dios y pedir su perdón por traer reproche sobre su Nombre por nuestro comportamiento!
No tomemos gloria en el hecho que somos “evangélicos”. Si no tenemos cuidado, podemos terminar como la iglesia en Sardis, teniendo la apariencia de estar vivos, pero en realidad estamos muertos (Apocalipsis 3:1).
No es suficiente que el credo que repetimos y la declaración de fe que firmamos sean Escrituralmente correctos. Podemos ser capaces de firmar la declaración más fundamental de la fe. ¡Lo mismo puede hacer el diablo! Él conoce bien la Biblia y por eso no es modernista. ¡Él es un fundamentalista a fondo en cuanto a doctrinas! No es de mucha utilidad, por tanto, tomar crédito únicamente por nuestro fundamentalismo.
Doctrinas son importantes. Dios me libre de despreciar su valor. Pero más allá de la doctrina, lo que cuenta para Dios es si estamos ministrando vida espiritual o no.
El apóstol Pablo pudo decir que, con la ayuda de Dios, él era un ministro capaz del Nuevo Testamento, ministrando vida espiritual (2 Cor. 3:5-ó). No se jactó de que él era un fundamentalista. Tampoco se limitó a hablar de sus experiencias, ya sea la del camino a Damasco, o la que pasó en la calle que se llama Derecha. No. Demostró la realidad de sus creencias fundamentales y de sus experiencias espirituales trayendo constantemente la vida en situaciones de muerte espiritual.
En la vida de Pablo, como la de Eliseo, no hubo desvanecimiento del poder. No hubo pérdida de la unción en los últimos años, como parece ser el caso con tantos siervos de Dios en nuestros días. Pablo y Eliseo nunca llegaron a una etapa en la que lo único que podían hacer fue gloriar en lo que Dios había hecho en los años pasados. Ellos vivían constantemente disfrutando de la unción y el poder de Dios. Su fuerza espiritual en lugar de menguar, crecía cada vez más. Tal como sus días, así era su fuerza. Su luz resplandecía más y más hasta el día perfecto. ¡Qué manera más bendecida de vivir! Sin embargo, este es el camino que Dios desea que todos sus hijos caminen (Prov. 4:18).
Eliseo vivió en constante contacto con Dios y por esto siempre fue capaz de transformar la muerte en vida donde quiera que fuera. Y así, la gente vino a él con sus problemas y sus necesidades. Él no tuvo que ir en busca de un ministerio. Él no tenía que andar pidiendo a la gente que lo patrocinaran e invitaran. No. Oportunidades para ministrar vinieron a él en abundancia, sin ningún esfuerzo carnal de su parte.
Fue lo mismo con Juan el Bautista. La gente de Jerusalén y de todo el estado de Judea y de todas las regiones alrededor del Jordán viajaba largas distancias para escucharle a él, aunque nunca se anunciaba y nunca hizo un milagro.
Estos hombres fueron ungidos y vivieron constantemente bajo la unción. Ese fue el secreto. Nada más.
Pero si la unción del Espíritu es tan importante, ¿por qué Dios no lo da a todos sus hijos? La razón es simplemente esto: que muy pocos de ellos están dispuestos a pagar el precio para recibirlo.
Había razones por las que Eliseo fue ungido, y puedo pensar en por lo menos tres.
Sed
Nadie puede tener una duda del hecho que Eliseo tuvo sed de la unción. La anhelaba más que cualquier otra cosa en el mundo.En 2 Reyes 2: 1-10, leemos como Elías lo puso a prueba en este punto. La primera vez le dijo a Eliseo que se quede en Gilgal, mientras que él mismo seguiría adelante. Pero Eliseo se negó a dejar a Elías. Entonces Elías le llevó 15 millas al oeste a Betel, y luego 12 kms de vuelta a Jericó y luego otras 5 millas al este a Jordán, poniendo a prueba la persistencia y la seriedad de Eliseo en cada etapa. Por último, Elías le preguntó si había alguna petición que le podría otorgar antes que se fuera. Eliseo dijo: quiero una sola cosa. Por eso te he estado siguiendo todo este tiempo. Es por eso que no te dejaría, incluso cuando trataste de librarte de mí. “Quiero una doble porción de tu espíritu”
Eliseo deseaba la unción con todo su corazón. Él no iba a estar satisfecho con nada menos. Y obtuvo lo que pidió.
Creo que Dios muchas veces nos lleva, tal como Elías llevó a Eliseo, a probarnos, para ver si vamos a estar satisfechos con algo menos que la unción de Su Espíritu Santo. Si vamos a estar satisfechos con algo menos, tendremos solamente eso. Dios no le da esta unción al creyente engreído y complaciente que piensa que puede arreglárselas muy bien sin ella.
Pero si nos damos cuenta de que esta es la única cosa que necesitamos más que cualquier otra, si como Eliseo estamos dispuestos a seguir hasta que la recibamos, si como Jacob en Peniel podemos decir con sinceridad: “Señor, no voy a soltarte hasta que me bendigas con esta bendición”, si es que realmente anhelamos y deseamos este poder del Espíritu Santo, el poder de la resurrección, entonces ciertamente la recibiremos. Entonces, vamos a ser verdaderamente un Israel, que tiene poder con Dios y con los hombres.
Dios muchas veces permite que el fracaso o la frustración entre a nuestras vidas sólo para mostrarnos lo mucho que necesitamos esta unción. Debemos darnos cuenta de que a pesar de ser evangélicos en doctrina y de ser habitados por el Espíritu Santo, además necesitamos conocer al Espíritu de Dios obrando en nosotros con poder.
No es un asunto fácil tener la unción. Cuando Elías escuchó la petición de Eliseo, él no le dijo, “Oh, eso es una cosa fácil que has pedido. Sólo arrodíllate aquí y voy a imponer mis manos en tu cabeza y lo conseguirás.” No, Elías dijo a Eliseo: “Cosa difícil has pedido”.
Si, es una cosa difícil. Tenemos que pagar un precio por ello. Tenemos que estar dispuestos a renunciar a todo en el mundo.
Debemos anhelar la unción más que cualquier otra cosa en la tierra, más que el dinero y la comodidad y el placer, y más que la fama y la popularidad e incluso el éxito en la obra cristiana. Sí, es una cosa difícil de verdad. Pero esto es lo que significa tener sed. Cuando se llega a esta etapa, podemos ir a Jesús y beber y, como dice la Escritura, ríos de agua viva fluirán entonces a través de nosotros en muchas direcciones transformando la muerte en vida donde quiera que fluyen (Juan 7:37-39; Ez. 47:8- 9).
Si hemos recibido la unción, debemos tener cuidado de no perderla, no importando el costo. Podemos tenerla y luego perderla si no tenemos cuidado. Si nos entregamos a una crítica hostil o en la conversación inconveniente o en la imaginación impura, o si guardamos orgullo o rencor en nuestro corazón, consecutivamente la unción se va.
El apóstol Pablo dijo en 1 Corintios 9:27 que mantenía los miembros de su cuerpo severamente disciplinados, no sea que, después de haber predicado a otros él mismo fuera rechazado. Creo que se refería aquí a la posibilidad de la perdida, no de su salvación, sino de la unción. Nunca he dejado de maravillarme de que el apóstol Pablo, después de establecer tantas iglesias, haciendo tantas señales y siendo tan poderosamente usado por Dios, estaba aún en peligro de perder la unción si esta fuera descuidada, entonces. Entonces nosotros también debemos examinarnos: ¿dónde estamos parados?
Necesitamos orar constantemente: “Señor, entre todo lo que pueda perder durante mi vida, no permitas que pierda tu unción”.
La pureza de motivo
Una segunda razón por la que Eliseo era ungido, era que sus motivos eran puros. La gloria de Dios era su única preocupación. Sobre esto no se ha escrito mucho, pero se hace claramente evidente al leer la historia de su vida. La necesidad del pueblo de Dios era tan grande y la animosidad respecto al Nombre de Dios le dolía, tal como le había dolido a Elías antes. Y Eliseo anhelaba ser ungido con el fin de cumplir un ministerio para Dios en esta tierra para que se quitara el reproche sobre ese glorioso Nombre de Dios.
Motivos impuros y centrados en uno mismo son la razón por la que muchos de los hijos de Dios no son ungidos. La mayoría de los cristianos están contentos si son aceptables en su exterior, pero Dios busca la verdad en lo íntimo. Él ve si estamos preocupados por Su gloria o la nuestra. Él ve si el reproche sobre su Nombre nos duele o no. Si nuestros corazones no están cargados y duelen cuando vemos el Nombre de Dios siendo reprochado en nuestra tierra hoy en día, entonces me pregunto si Dios nos ungirá alguna vez.
En Ezequiel 9: 1-6, leemos de Dios marcando ciertas personas como peculiarmente suyas. Las que marcó eran las que lloraban y suspiraron a causa de los pecados que vieron entre el pueblo de Dios. Estas constituyen el remanente de Dios y éstas son aquellas a quienes Él unge aquellos cuyos corazones están preocupados por Su nombre y que buscan glorificarle a Él solamente.
No hay amor para este mundo
Una tercera razón por la cual fue ungido Eliseo era que no tenía ningún amor por este mundo. Esto se hace evidente en su trato con Naamán. Cuando éste le ofreció dinero, se negó a tomar cualquier pago por el milagro que había hecho. Eliseo no tenía amor por este mundo o por dinero, no buscó el beneficio personal en la obra del Señor.
Giezi, sin embargo, nos proporciona un contraste llamativo. Fue asistente de Eliseo tal como Eliseo lo había sido para Elías. Y si Eliseo podría haber recibido una doble porción del espíritu de Elías y continuar en el ministerio de este, sin duda Giezi también podría haber sido capaz de recibir el espíritu de Eliseo y continuar su ministerio. Pero él no consiguió la unción. Recibió la lepra en lugar de la unción. ¿Por qué? Porque Dios vio su corazón. A pesar de todas las apariencias de ser espiritual, había en el corazón de Giezi un deseo de ganancia personal. Es posible que haya entrado en la obra del Señor sinceramente al principio, pero muy pronto comenzó a pensar en términos de ventajas materiales. Pensó que podía acumular riquezas materiales, así como recibir también la unción. Pero estaba equivocado. Muchos obreros cristianos han cometido el mismo error.
Que el Señor nos libre de utilizar nuestra posición o nuestro ministerio en cualquier iglesia o institución cristiana como un medio para obtener beneficios personales.
Un incrédulo una vez me dijo que había observado que parecía ser una cosa muy rentable hoy en día estar en la obra cristiana. Citó el ejemplo de un cierto obrero cristiano, que no había sido muy acomodado cuando estaba en el trabajo secular. Pero ahora tenía abundancia. Estaba recibiendo dinero de los Estados Unidos. Se había construido su propia casa y ahora estaba viviendo en lujo. Y encima de todo esto era un evangélico, que pensó que tenía la seguridad de un lugar en el cielo. Sin duda, estos hombres no están sirviendo a Dios.
Cuando la obra cristiana trae beneficios materiales a nosotros, hermanos, tenemos que examinar nuestras vidas de nuevo y ver si realmente estamos siguiendo a Jesús. Por lo general, vamos a encontrar que no estamos siguiendo a Jesús sinceramente.
Watchman Nee ha dicho que, si en nuestra obra para Dios no hay costos involucrados o si no hay sacrificio, entonces tenemos que cuestionar seriamente si nuestro llamado es realmente de Dios.
Preguntémonos si existe algún amor por el mundo y por sus placeres y comodidades y riquezas en nuestro corazón. Dios no puede ungirnos si hay amor a estas cosas en nuestro corazón.
Un remanente de triunfo
Hoy Dios está buscando hombres y mujeres a quienes Él puede ungir con su Espíritu, un remanente que está dispuesto a pagar el precio para recibir y retener la unción de poder.
Las aguas del Jordán simbolizan para nosotros la muerte espiritual. Esta muerte está rodeando nuestra tierra por el poder de las fuerzas del enemigo. Dios está buscando un remanente de triunfo en medio de su pueblo que va a transformar la muerte en vida. Él está buscando a personas dispuestas que van a utilizar el Nombre del Señor Jesucristo para poner en fuga a las fuerzas del enemigo y que van atravesar todos los obstáculos sin ser impedidos; personas que van a hacer un camino a través de cada Jordán y levantar un camino santo para nuestro Dios en esta tierra. Luego, veremos el avivamiento anhelado en nuestras iglesias, y los inconversos sabrán que nuestro Señor es de hecho el verdadero Dios.
Solamente la unción puede romper el yugo del enemigo en nuestra tierra (Is. 10:27). El Nombre de Jesús ha sido encomendado a nosotros. Pero, ¿tenemos la unción?
Oh, que tengamos sed por el poder del Espíritu Santo en nuestra vida y nuestro ministerio para que podamos glorificar a Dios, cumplir Su voluntad y hacer honor para Su reino.
Que Dios pueda encontrar en medio de nosotros, muchos que estén dispuestos a pagar el precio que implica convertirse en hombres y mujeres santos, humildes y ungidos de Dios. Amén.
Se Necesita: Hombres de Dios
A lo largo de los siglos, los hombres y las mujeres a quienes Dios ha podido utilizar para lograr en Su Nombre un impacto duradero sobre los incrédulos y establecer un testimonio para Su gloria, siempre han sido pocos en número.
Las bendiciones de Dios son recibidas por muchos, pero el remanente que trabaja junto con Dios ha sido siempre un grupo pequeño. Pocos están dispuestos a pagar el precio de ser parte de ese remanente.
Creo que el Señor está buscando hoy en día a esos hombres - hombres de calibre espiritual - a quienes Él puede usar para glorificar Su Gran Nombre en los lugares donde en la actualidad está siendo profanado.
¡Tú puedes ser un tal hombre!
Zac Poonen anteriormente fue oficial de la Fuerza Naval de la India y ha estado sirviendo a Dios por más de 50 años. Vive en la India con su esposa Annie, quien es médico que lleva a cabo consultas médicas gratuitas para la gente pobre.
Esto es una impresión de prueba – el texto está todavía en proceso de redacción –17.8.2022
Para más detalles, póngase en contacto con: Zac Poonen 16 DaCosta Square, Bangalore – 560084. India