Reciprocidad

“El Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado, y habéis creído que yo salí de Dios” (Juan 16:27).

“Nosotros le amamos a Él, porque Él nos amó primero” (1 Juan 4:19).

Hace algunas décadas, muchos economistas creían que el aumento de la productividad mejoraría tanto la calidad de vida que la gente se volvería más feliz y más fraternal.

En efecto, se ha producido una mejora real y significativa en la elaboración de todo tipo de productos y servicios, pero esto también ha puesto en evidencia una insatisfacción persistente por causa de la insaciable codicia de los hombres, pequeños y grandes, por querer adquirir constantemente más, y más, y más; tanto en riquezas, como en poder o en placeres.

La Biblia nos dice algo enteramente diferente. La felicidad del hombre sólo puede resultar de su buena relación con Dios y, por tanto, con sus semejantes. Es esta relación que da a la vida su verdadero significado, y no las riquezas materiales o los placeres que traen.

Si creo en el Señor Jesús y en el valor supremo de su sacrificio, obtengo el perdón de mis pecados y la vida eterna. Entro entonces como en un mundo nuevo: el del amor de Dios. Él nos lo reveló dándonos el don más extraordinario que se pueda imaginar: el don de su propio Hijo. Ante semejante donativo, comprendo que ya no me pertenezco. Esta nueva vida ahora me compromete a dedicarme a Dios buscando agradarle en todo. 

De esta manera se establece una relación feliz con Dios, conociéndolo no como alguien que demanda, sino como el que da y al que uno se puede confiar sin reserva alguna. El amor sincero resulta en reciprocidad, aunque mi respuesta al amor de Dios por mí, sigue siendo débil en comparación con el amor con el que Él me amó.

A tu amor, oh Dios, que mi amor responda,

¡Tú que me amas eternamente!

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna ( Juan 3:16). 

Estad siempre gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo; porque ésta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús (1 Tesalonicenses 5:16-18).

Fuente: La Buena Semilla fr.

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