De las variaciones del nombre Cristiano

Gonzalo Báez-Camargo

Los discípulos de Jesucristo fueron llamados primeramente cristianos en Antioquia según el bien conocido pasaje de Hechos 11.26. Es cosa notable que en el Nuevo Testamento sólo tres veces se emplea el nombre cristiano. Las otras dos menciones son en  Hechos 26.28, en que Agripa dice al apóstol Pablo: “Por poco me persuades a ser cristiano” y en 1 Pedro 4.16, en donde este apóstol conforta a quien padece “como cristiano”. A los discípulos de Cristo se les llamó en un principio "los del Nombre” y “los del Camino”. El primero de los calificativos quizá se les dio porque se bautizaban “en el nombre de Cristo” o porque invocaban el Nombre de Cristo.

El segundo, porque iban por un nuevo Camino, es decir, un nuevo modo de ser y vivir. ¿Y por qué después “cristiano”? No se nos dice si éste fue un nombre adoptado por los mismos creyentes o un apodo que les pusieron los adversarios. Pero fue un nombre muy apropiado. “Cristiano” se deriva de Cristo. Significaría, según el diccionario, el que pertenece a la religión de Cristo: es decir, que profesa Su doctrina (considero que tenemos fe no religión – nota A.P.).

Sholem Asch, en su celebre biografía del apóstol Pablo “El Apóstol”, queriendo apoyar la tesis de que el movimiento cristiano primitivo habría sido simplemente una secta del judaísmo, llama a los cristianos “mesianistas”. “Mesías” es, en efecto, el equivalente hebreo de “Cristo”; y cómo se sabe, quiere decir “El Ungido”. Aunque pronto se iba a ver que el cristianismo era un movimiento con identidad propia, es natural que los primeros creyentes - empapados en las tradiciones judías - se consideraran a sí mismos como “mesianistas", es decir, seguidores del Mesías.

Andando por los muchos años de historia cristiana, este nombre, tan lleno de significación en un principio, llegó a vulgarizarse de tal manera que casi perdió su significado original. Como se llegó a creer que una persona se hace cristiana con sólo recibir el bautismo de agua (aplicado en adultos o niños – ya sea por sumersión o aspersión - sin que ellos profesen realmente fe en Jesucristo como su salvador personal – nota A.P.), se inventó el abominable verbo “cristianar” como sinónimo de “bautizar”; incluso el vulgo empezó a usar el nombre “cristiano" como mero sinónimo de “ser humano”. Junto con esto surgió el uso del propio sagrado nombre en proverbios y dicharachos profanos que no vienen al caso repetir aquí.

Cuando en España los moros comenzaron a imitar estilos cristianos en algunas de sus costumbres, se los llamó “cristianescos”; así como a las imitaciones de los moros se las llamo “moriscas”. Pero hubo un tiempo cuando el apelativo de “cristianesco” se usó como sinónimo de “cristiano”. Y antiguamente se decía “cristianesco” para designar lo perteneciente al cristiano. Ya con estas variaciones el nombre se hallaba bien lejos de su original, es decir, de Cristo.

Nietzche, a pesar de su aversión por el cristianismo, dijo, sin embargo, algunas verdades sobre los cristianos; se mofaba de éstos llamándolos, no de ese modo, sino “cristianistas”. Cristianistas entonces sería, ya no el que profesa la fe, doctrina o religión de Cristo, sino el que simplemente hace gala de cristiano y se adhiere al cristianismo como institución y como sistema. La palabra suscita la posibilidad de usar otra: “cristista”. El cristista podría ser el que hace de Cristo una bandera secular, una proclamación política. Se diría cristista como se dice bonapartista o zapatista. En política, es la adhesión personal a un caudillo; en materia de ideas, es la adhesión a un sistema filosófico o una doctrina social. De este modo se dice marxista, de Marx; o hitlerista, de Hitler. Si la adhesión fuese en verdad hacia la persona de Cristo, y entrañase de veras una comunión intima con Él, “cristista” podría ser quizá un buen nombre para quien cree en Él. Pero el sabor de la palabra es tan marcadamente secular y político, que tiene que descartarse la misma por inapropiada.

Alberto Rembao le anduvo dando vueltas al nombre, y ha propuesto que se diga “cristino” para designar una estrecha identificación de vida y carácter con Cristo. Se dice “cristalino” a aquello que participa de la naturaleza o semejanza del cristal. ¿Por qué no llamar entonces “cristino” a lo que participa – y tal es la esencia de ser cristiano de verdad – de la semejanza y naturaleza de Cristo? La sugerencia de Rembao está llena de substancia para la meditación. ¿Nos hicimos cristianos porque nos hemos adherido a un movimiento, o bien porque hemos hecho profesión de una fe y una doctrina? Pero ¿somos “cristianos”? ¿Es nuestro carácter y vida un reflejo de Cristo?

Podría decirse también “crístico” para designar esa calidad de “perteneciente a Cristo”. Pertenencia a esa semejanza. Porque cuando Cristo se adueña de una vida, la hace participe de su naturaleza divina. La participación en la vida de Cristo es la esencia de la experiencia cristiana. Sin esa participación, sólo hay adhesión a un sistema doctrinal o a una institución eclesiástica, y no una comunión de la persona humana con la Persona Divina.

De todos los nombres derivados de Cristo, ninguno hay más certero, a la vez que más horrendo, que el de “cristero”. Se llamó así en México primeramente al que formaba parte de las bandas armadas fanáticas que, después de la caída del Imperio de Maximiliano (1867), sembraban el desorden contra la administración de Juárez. Con el nombre de Cristo en los labios, asaltaban, ultrajaban, asesinaban, etc. Eran el brazo armado del clericalismo. En su campaña por la presidencia, Don Porfirio Díaz tuvo, según parece, algunos contactos con los cristeros; pero cuando éste subió al poder, estos contactos desaparecieron y se instauró una política de transacciones y disimulos para con el clericalismo. Más tarde reaparecieron los “cristeros” (como guerrilleros católicos – nota A.P.) bajo el gobierno del general Calles (1927), con el mismo grito de batalla –“¡Viva Cristo Rey! y ¡Viva Santa María de Guadalupe!” – y con los mismos desenfrenos. El nombre de “cristeros” es uno de esos aciertos geniales del pueblo. “Cristero” no es “cristiano”, ni siquiera “cristista”. “Cristero” es aquel que trae a Cristo de pretexto y estribillo. Fuera de la política clerical y fuera del movimiento así llamado por excelencia, el cristerismo es una degeneración del cristianismo que está muy extendido. Todo el que dice “Señor, Señor” y no hace la voluntad de Cristo, es un simple “cristero”; a quien el nombre de Cristo no se le cae de los labios, pero cuyo corazón anda lejos de Él y de Su Espíritu.

Y nosotros ¿qué somos? ¿Somos cristinistas, cristianescos, cristiasnegos, cristeros o cristianos, en el sentido de cristinos o crísticos?

 

Nota: Este desafiante artículo fue publicado por el mexicano Gonzalo Báez-Camargo (1899-1983), periodista y erudito cristiano. Esta exposición nos debería sacudir y hacer que reflexionemos a qué categoría de los nombres aquí tratados pertenecemos. Y si este no es el bíblicamente correcto, cambiemos entonces de rumbo y busquemos una relación viva y bíblica con el Cristo que murió y resucitó por ti y por mí.

Apreciamos el presente artículo, pero nos mantenemos al margen - al desconocer los demás escritos de este autor - de posibles errores doctrinales en sus otras obras.

Fuente: Hojas sueltas de la revista Tribuna Evangélica, de la Juventud Evangélica Bautista Argentina de los años 50 del siglo pasado. – Redactado y anotado por VM-Argentina-Alberto Palnau – además agradecemos al hermano Walter Zurdo por facilitar este material.

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